Las ideas de causa y culpa están tan endemoniadamente cerca en nuestra visión del mundo que continuamente pasamos de una a otra sin darnos apenas cuenta. Este deslizamiento constante entre el plano lógico y el moral es, por ejemplo, la fuente de continuas confusiones que, en la convivencia privada, da lugar a los conocidos ´diálogos de besugos´, que suelen acabar, tras veloces cruces de acusaciones, en inesperados juicios sumarísimos que nos convierten en reos de infinitas, menudas y e ignoradas culpabilidades.

Pero hoy pienso que este corrimiento de conceptos entre entendimiento y moral está mucho más extendido de lo que parece en la vida común. Deslindarlos nos ayudará, seguramente, a entender mejor nuestro mundo y a descargar un poquitín evitables cargos de conciencia. Por ejemplo la responsabilización colectiva -fuenteovejuna- que nos hace vernos como derrochones sin medida; con lo que cumpliendo la penitencia de coger menos el coche, apagar más el termo o cerrar antes el grifo, o usando bombillas de bajo consumo, obtendríamos la redención de nuestros pecados. Sin nunca explicar las causas de que la santabárbara del petróleo y el siniestro juego del ´monopoly´ contemporáneos nos hayan traído esta locura en que vivimos.

Da lo mismo -pues es complementario de lo anterior- que culpabilicemos a los sátrapas de los países productores y que censuremos su afán de petrodólares, o que fijemos la mirada y el rencor en las multinacionales que controlan la almoneda negra, o que con un escalofrío lamentemos la interminable, fantasmal y mohosa escuadra de barcos petroleros que cruzan sin cesar los siete mares. Da lo mismo porque en el plano moral sólo hay inocentes y culpables, un afán de justicia que disfraza el rencor, la frustración, el odio o la venganza.

La costumbre monológica de nuestra misma idea de justicia, además, nos crea el automatismo de resumir las culpabilidades, que son múltiples y complejas, en una sola: así la pretensión del Tribunal Penal Internacional de juzgar al presidente del Sudán haciéndolo cabeza visible y única de una cadena desgraciada de causas, consecuencias, olvidos, irresponsabilidades e intereses que han ocasionado desde hace tanto tiempo genocidios como el de Darfur. ¿Quién va a juzgar a la ONU, la Unión Africana, los intereses petrolíferos o mineros, o la belicosidad yihadista?

Los ejemplos se pueden multiplicar hasta el infinito, pues del mismo modo que el maniqueísmo moral se siente más cómodo con una sola cabeza ejemplarizante que cortar, también se aquieta más el alma mansa con una sola causa en el lugar de la maraña (el pensar complejo, como lo llama Edgar Morin) de las causas, condiciones, finalidades y consecuencias. ¿Cómo se explica, si no, que en pleno mes de julio haya vuelto a ser, entre nosotros, actualidad diaria, la pronta excarcelación de un terrorista, que ya cumplió su condena segunda, que ya chupó toda la cámara posible durante meses, y de rebote, otra posible vuelta de tuerca al Código Penal? Es más cómodo resumir en la sola cara y nombre de un malo (´Se busca, vivo o muerto´) la endiablada maraña de las razones.

Del mismo modo que desahoga más afirmar ´Cataluña es culpable´ o ´España es culpable´ al mismo nivel infantil que hacer reo al árbitro o al entrenador alivia más la derrota en un partido. Decía Ortega -más necesario que nunca este padre de la patria que hizo de su empeño en volverla más razonadora una ´empresa de honor´- que cada mañana, al despertarse, gustaba de ´rezar´ un versillo milenario del Rig-Veda, que decía: "¡Señor, despiértanos alegres y danos conocimiento!". "Amén", digamos nosotros.