Además de todas las proximidades ya contadas, al PP y al PSOE les unía un amor común, una pasión febril hacia un ente hoy fantasmagórico, pues no tiene carne mortal, llamado EL CENTRO. El centro es un fluido, un ectoplasma, una entidad astral, al que no se ve pero está ahí. Un amor compartido, aunque tenga por objeto a un fantasma, es un modo también de amor entre quienes lo comparten. En España, se quiera o no, todo viene de la transición política, y la transición la protagoniza el centro. En el terreno de los símbolos, que tanto condicionan la realidad, la fotografía del Rey pasando el brazo sobre el hombro de Adolfo Suárez, los dos de espaldas, unos días antes del reencuentro entre el PSOE y el PP, era una premonición. El espíritu de la transición ha regresado, y ha enterrado al espíritu de la crispación. Sin embargo, ya sabemos que Drácula nunca muere del todo.