Obama preside el Comité del Senado de EEUU sobre Asuntos Europeos pero jamás había hecho una visita oficial a Europa. Ha tenido que ser candidato a la presidencia para que cayese en la cuenta de que debía hacerlo, de la mano de un discurso calculado y abonado al multilateralismo, con los riesgos que ello supone para ciertos sectores de su país, que es donde tiene que ganar las elecciones. Sus citas han sido de libro: Berlín, París y Londres. Ni Roma ni Madrid, a pesar de las simpatías que le profesa Zapatero. Un dato más, quizá para regocijo de aquel Aznar que ponía los pies encima de la mesa de Bush. Lo importante es que EEUU va camino de cumplir un siglo como primera potencia mundial y que eso marca sus relaciones con Europa, que atesora varios de los imperios anteriores, entre ellos el español, por lejano que ahora parezca. Y esa Europa que desearía votar masivamente a Obama es hoy por hoy el gran aliado estratégico y al mismo tiempo el gran adversario económico de EEUU.

Ya no están en juego Irak ni los infinitos errores de Bush y sus neocon. Lo que está en juego ahora es una de las peores crisis económicas de la historia y muchos intereses a los que Obama, si gana, tendrá que hacer frente con el mismo pragmatismo que aplicaría su adversario McCain. La ilusión que despierta Obama es comprensible, tras una etapa tan desafortunada como la de Bush, pero los intereses siempre recolocan la ilusión al servicio del dinero. Una cosa fue lo que dijo Obama en Berlín, París y Londres y otra bien distinta lo que dejó caer a su paso por Afganistán, Irak e Israel. Sea quien sea ahora el ganador de las elecciones en EEUU, Washington deberá reorientar su supremacía estratégica y militar, ya que sus prácticas unilaterales son cada vez más cuestionadas no sólo desde Europa, sino también desde otras potencias emergentes que aún aguardan la visita de Obama.