Cualquier tópico, igual que un cuadro costumbrista, supone una reducción y falso sueño de ciertas actitudes que se elevan a categoría, inservible como toda categoría no espulgada con parámetros científicos. Así, cuando la realidad arrecia como el oleaje, contrasta al tópico como mancha de tinta sobre vestido de novia. Incluso entre esta comparación sobrevuela el tópico del blanco terno nupcial, cuando ya lo hemos contemplado de colores. Y es que los tópicos, sibilinos, se ocultan entre los sintagmas y ciegan la visión serena. Una noticia ayer publicada en nuestra Opinión quebranta, sin buscarlo, los cimientos de la personalidad malacitana más añeja. La sanidad psiquiátrica pública se halla colapsada por los casos de estrés y de ansiedad, ambas dolencias relacionadas con la falta de comunicación y, en demasiadas ocasiones, aliviadas por un simple oído compañero que asienta y deposite una mano amiga sobre la enferma. La urbe donde el viajero se siente como en casa ya es silencio con los suyos. Ante las estadísticas, de hinojos queda ese malacitano de estampa que a todos acoge y con todos se muestra afable. Quizás hayamos esbozado tantas sonrisas al turismo que al vecino sólo le demos la espalda. Esta Málaga de mis venas tal vez esté perdiendo su personalidad más entrañable.

El costumbrismo nació en arte como lamento de una edad huida y, añadamos, embustera. No seré yo quien llore pasados; sufro más sed de futuros que una tarde de terral en lo alto del Monte Coronado. Málaga crece pero diluye entre el cemento ciertas gracias suyas, aunque tópicas, innegables. La de una sola librería, se ha quedado sin tabernas y con una magnífica paleta de anaqueles que ojalá aumente. Pero ¿por qué sin diez tabernas de aquellas mil, al menos? Tópicos como vemos. La del vino y el aguardiente, sigue acogiendo las mujeres más bonitas de España, pontifico, pero es ahora cuando produce en realidad caldos dignos de elogio en Ronda, Álora y Mollina, aunque aquí con alguna asignatura pendiente. Otro tópico. También gozaban los paladares aquellos dulces decimonónicos. Y ahora, resulta que no hablamos ente nosotros, o quizás no nos escuchemos. En una clase de mi conarticulista, Miguel Ángel Santos Guerra, lo oí decir que si alguien pusiera un anuncio en el periódico donde dijera que escucha a los demás, se forraría de oros. No se trata de un regreso paulatino a aquellas corraletas donde no existían problemas mentales, gracias a que sus moradores andaban demasiado ocupados en buscar comida cada mañana y sin intimidad ninguna. Se trata de que esta Málaga de criterios abiertos, liberal por aprendizaje propio, no pierda aquel carácter suyo que entre luz y palabras prevenía la depresión del prójimo. ¿Lamento costumbrista? ¿Tópico desvencijado? En todo caso, signos de modernidad, y encima sin tele-transporte, por ejemplo.