Opinión

¿Quién es el más animal?

Los cerdos están para comérselos. Hasta ahí llega nuestra idea sobre dicho animal desde una cultura lúdico-católica y agresivamente carnívora. Del cerdo nos gustan hasta los andares, y sobre todo, estos bien curados a la postre en paletillas y esos apreciadísimos jamones que la crisis en esta temporada ha escatimado de las cestas de Navidad. Pero siempre nos quedará el chorizo, la morcilla, el lomo y los salchichones, incluso los morros, el careto y la oreja prestos para la olla. Cualquier ocasión es buena para devorar a nuestro manjar estrella sin mayor contemplación de cabo a rabo. Lo cual denota en nuestro proceder cierta falta de sensibilidad, ya que, ignorando el resto de sus cualidades, que las tiene, nos dejamos arrastrar por el mero aspecto primario de sus sabrosas carnes. A nadie, por ejemplo, sino es al guionista de una película infantil, se le ocurre adoptar a un cerdo de mascota y, sin embargo, se dice del porcino que es un animal más inteligente que el perro; bondadoso, fiel y capaz de ser un gran compañero del hombre más allá del plato. A los cerdos, teniendo en cuenta estos datos sobre su inteligencia, les pasa lo mismo que a Marilyn Monroe, que, subestimados en su coeficiente intelectual, han de resignarse a gustar sólo por su cuerpo -si acaso también por su cara, dado lo dicho sobre morros, orejas y careto-. De seguro que, inteligentes y sensibles como la diva rubia del culito molón, ha habido y habrá cerdos traumatizados ante el fatal sino de su tragedia. Siendo como han de ser conscientes de lo tirado que está hacer cual caninos gazmoños las gracias facilonas de recoger el palo o dar la manita, tienen que tragar con saludar únicamente a la olla. La vida de cerdo, claro está, es ciertamente peor que la vida de perro. Sobre todo si tal perro cuenta con las ínfulas genéticas del pedigrí y da con dueños bien cursis que, desde la comida de marca a la peluquería, los tratan como niños pijos. Y, no siendo más sucios que los canes, luego han de sufrir esa infundada fama de puercos y guarros como si alguien los hubiere llevado vez alguna al salón de belleza. Tamaña discriminación nada tiene que ver con la estética, habida cuenta de que son los perros más raros -en muchas ocasiones, feos de remate- los más caros y solicitados. Según estos caprichosos cánones de la beldad, un cerdo podría ser un bello animal o, al menos, menos feo. Por no volver a mencionar su belleza de espíritu y su inteligencia, cuya gran valoración, nos hace suponer que repetirían la hazaña del Perro Pancho con los ojos cerrados. Probemos a darle a un porcino un boleto de la Primitiva en lugar de un puñado de bellotas y veamos qué pasa.

Ya te digo, en cuestión de inteligencia animal como en casi toda materia, nos dejamos llevar por encorsetados prejuicios ¿Valdría decir, por ejemplo, estudiada la historia de la humanidad, que el hombre es el más inteligente de los animales? Y, si esto es así, ¿Serían los grandes simios por su mayor parecido a los humanos los siguientes en la pirámide intelectual? En tal caso, los gorilas no son lo que parecen. Pues bien disimulada anda la inteligencia de tales humanoides en su ley de la selva; la selva de la noche donde ellos mandan con pocas palabras y muchos puños. Su reino, la discoteca, su modus operandi, la chulería que embarga al más pringado cuando se le concede una mínima parcela de poder. Si alguno de los aquí presentes, como creo, han probado a ir de farra durante las pasadas fiestas, sabrán de qué hablo. Desde aquí, abro inventario para ilustrarlo con las impertinencias, empujones y salidas de tono varias de ciertos descerebrados musculitos. Veamos quién es el más animal.

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