Opinión | El palique

Centralismo surrealista

Iba por la calle y me abordó la Administración regional, que ese día estaba muy elegante. Hola, me dijo. Hola, le respondí un tanto receloso por ver en su cara un punto de amargor. ¿Podemos tomar café? Podemos, le dije. Yo siempre he tenido buena relación con la Administración regional, me ha caído bien, me ha atendido con prontitud y eficacia en algunos trances de mi vida, aunque a decir verdad se deja ver poco por mi ciudad. Nos sentamos y pedimos café. Mira, me dijo sin mirarme. Mira, repitió, no es nada personal ni nada contra ti, pero hemos decidido establecer la ´Dirección General de Ti´ en la capital. La miré atónito.

Fuera, la ciudad tiritaba de frío, los adornos de Navidad aún no retirados se veían ridículos a estas alturas de enero y los coches parecían circular con desgana bajo un cielo tristón y macilento. Toda mi vida había estado entero en mi ciudad, creía que funcionaba bien, que existía coordinación entre mis órganos de gobierno, mayormente el cerebro, el corazón y el pene. Sí, sí, me dijo adivinando el pensamiento, funcionas bien, eres eficaz, pero no podemos tener ocho personas como tu repartidas cada una en un sitio. Cada una a su libre albedrío, a la misma hora uno en el cine otro en el súper, otro conduciendo? cada uno a su bola. Eso no es una política coordinada. No puede ser. Argumenté que tenía aquí mi vida, mis amigos, mi casa, que quería trabajar por mi tierra y que esa era la mejor manera de trabajar también por el territorio común. La Administración regional sacó un mapa de mi genoma, lo miró y remiró y me ofertó, más que nada para contrarrestar las posibles críticas de algunos sectores sociales, políticos y periodísticos de mi ciudad, que me quedara aquí pero que mi cerebro se fuera a la capital. Me explicó que la mayoría de los cerebros estaban allí. Los brillantes y los de los estúpidos. Me explicó que incluso algunos habían dejado aquí su cabeza con su cuerpo, porque les era más cómodo, pero que los cerebros vivían allí muy bien, todos juntos, dando las directrices para todo el territorio y para cada uno de sus cuerpos. Piénsalo, me susurraba. No nos llevamos nada, siguen aquí tus piernas para pasear, tus brazos y manos para abrazar y pagar impuestos, tu estómago para comer paella o tragar sapos, es sólo una reorganización.

Pensé en reorganizarle yo la cara de un guantazo a la Administración regional, que venía vestida de verde y blanco, que empleaba conmigo tan suaves y convincentes palabras, pensé que tal vez sí, lo mejor para sentar cabeza era centralizarme en la capital, que allí decidieran por mí. Pensé que quién mejor que ellos para saber lo que me conviene, pensé que si mis colegas de los siete departamentos del territorio habían aceptado por qué iba a aceptar yo. Pensé y pensé. Pero cuando volví en mí la Administración regional se había ido. Se había llevado mi cerebro en un descuido. Tuve entonces que llamar a la capital para consultar si pagaba o no los cafés.

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