Opinión

Estropear una estadística

Hemos llegado a tal punto en la sustitución matemática de lo real que el titular de una noticia de portada, en la edición del sábado de este mismo periódico, rezaba "Tres meses fatídicos destrozan el balance de muertes en carretera". El antetítulo y el sumario que lo acompañaban lucían del mismo porte: se nos alertaba, antes, sobre el hecho de que la provincia de Málaga "se desmarca de la tendencia nacional y contabiliza en 2.008 un total de 160 víctimas" y, después, se seguían echando cuentas de los atascos (estadísticas) y de esta matanza diaria (recordémoslo una vez más, pues somos de memoria tan frágil: más que el SIDA, más que las guerras matan los coches) que achacamos, con esa facilidad y frescura tan contemporáneas, a la fatalidad, como un simple ´costo´ de nuestro famoso progreso. No es, en fin, informar de este modo, cosa peculiar de este querido diario: es la atmósfera lingüística y de pensamiento en que respiran la realidad todos los medios, y nosotros con ellos.

Pero volvamos al titular. Si se fijan bien, lo que se lamenta en él, en el fondo, es que la excesiva mortandad en la carretera de esos ´tres meses fatídicos´ ha roto una tendencia estadística ("se desmarca de la tendencia nacional", como afirmaba el antetítulo) y "destrozan el balance de muertes", como declaraba el titular. Leámoslo de nuevo, porque estas maneras de explicar el mundo son tan comunes -haciéndose pasar, además, por sentido común-, que sólo repitiéndolas varias veces, sólo así, dejan ver la contradicción, la mentira o la nada que llevan dentro, desprendiéndose de esa cáscara de verdad que las envuelve. (¿Recuerdan haber repetido, de pequeños, sin parar, el adverbio ´siempre´ para intentar comprender la eternidad con el resultado de salir corriendo, asustados y como con una angustia tremenda? Háganlo, si no lo hicieron nunca, y verán con qué pasmo en el cuerpo terminan; como si el propio cuerpo se rebelara contra semejante concepto imposible).

Es, en verdad, muy notable, que las afirmaciones que consideramos claras, sensatas y razonables -en la lengua culta estandarizada, que otra cosa es lo que queda de lengua de verdad que nombra el mundo en esas aldeas, pueblos o ciudades- son de este tipo: "la inflación llega a su mínimo histórico desde el año de la Polca", "los accidentes han descendido hasta porcentajes del año ´pum´ donde, para colmo, había un, digamos, 90% menos de coches". O "Israel está estudiando detenidamente el plan de paz egipcio, que cuenta con la connivencia y apoyo entusiasta del señor Sarkozy". O el proverbial y optimista -de un optimismo como el de María Escario, la locutora de TVE, que lleva toda la vida encomiando, con la misma sonrisa imperturbable, los éxitos de nuestro deporte- "la economía (española, europea o china; como está globalizada, siempre es un alegrón) crece". Es, como les decía, realmente notable que ese tipo de afirmaciones, que no dicen nada, cuyo significado es su mera enunciación, sean las que consideramos más exactas, científicas o verdaderas. Pero repítanlas varias veces y verán como se acaban preguntando, como lo hacen por donde aquí, por donde vivo: ¿lo qué?

En fin, que lo que verdaderamente quedaba al descubierto al ´extrañarnos´ con el titular de marras, o con cualquier otro de esa naturaleza (la inmensa mayoría, a decir verdad), era algo así como que qué feo quedaba haber roto una tendencia nacional (represéntensela como la conocida flechita de los gráficos, yendo poquito a poquito hacia abajo) con ese pico hacia arriba. La cosa consistía, ni más ni menos, que en mostrar la fealdad de ese balance ´destrozado´, o ese sobresalto abrupto en la flecha, hermosamente descendente, del gráfico. Ya ven: es como en la conocida paradoja romántica de que "la belleza es verdad", pero entendida desde la perspectiva estadística y desde la hermosa perfección estéril de los números: un hermoso balance destrozado por la cruel, imprevisible y metepatas vida, o muerte, misma.

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