Opinión

David convertido en Goliat

Desde el legendario éxodo bíblico, iniciado con la liberación del yugo egipcio, los judíos han sido un pueblo marcado por las persecuciones y las masacres. Una dramática historia que guarda las profundas cicatrices producidas por el Imperio romano, por la expulsión de muchos países europeos, por las matanzas en Ucrania y en Rusia a manos de los cosacos y los revolucionarios antisemitas de 1917, hasta llegar al genocidio del Holocausto. Demasiados hechos trágicos que motivaron una corriente de ´afecto´ y admiración hacia un colectivo humano que, durante siglos, fue un pequeño David intentando sobrevivir frente al acoso continuo de un Goliat con diferentes uniformes e intereses. Pero ese capital de simpatía internacional comenzó a disminuir paulatinamente cuando Israel convirtió su viejo dolor y humillación en una poderosa razón de autodefensa contra su antiguo adversario árabe; el molesto vecino que, al igual que los indios norteamericanos, perdió sus dominios y sucesivamente fue confinado a pequeñas y vigiladas reservas. El mejor ejemplo de ese concepto de reserva es Gaza. El territorio que ha vuelto a la actualidad por ser el lamentable y vergonzoso campo de batalla de un conflicto que parece estar motivado, según los expertos, por la precampaña a las elecciones a Primer Ministro de Israel y en las que los aspirantes Livni y Netanyahu rivalizan por el poder. Esta táctica de urdir guerras de autodefensa contra presuntas agresiones ha sido utilizada desde tiempos antiguos y Estados Unidos es una de las potencias que más la ha utilizado.

Pero el hecho de que sea una práctica de la ingeniería político-militar, jamás debería ser la coartada para que los gobiernos acepten que detrás del voto electoral se escondan más de ochocientos muertos, entre los que se cuentan 97 niños asesinados, otros 340 heridos y un alto número de civiles, que bastante tienen con la penuria de su subsistencia diaria, como está ocurriendo en este paraje asolado por bombas de racimo, por potentes misiles y por el segundo ejército más preparado del mundo. Mucho enemigo para unos palestinos acosados por el bloqueo con el que Israel lleva tiempo intentando asfixiar la viabilidad del futuro de Palestina. Sin olvidar que el terrorismo de Hamás del que se defiende Israel es producto de la prepotencia militar que convierte a las víctimas en mártires y a sus familiares, sumidos en la pobreza y en el dolor, en nuevos y artesanos guerrilleros ansiosos de venganza. Tampoco podemos entender que el poder del viejo lobby económico judío tenga tanta fuerza como para vetar en la ONU las resoluciones contra Israel, ni que Naciones Unidas se haya convertido en una institución de adorno a la que nadie hace caso. Sin hablar de que el llamamiento al alto el fuego por parte de otros Estados sea una voz testimonial y tímida, sin apenas convicción ni consenso. Y mientras la política internacional fracasa una vez más, la guerra desdibuja las esperanzas de paz y prosigue sin que el poderoso Israel permita a la prensa extranjera contar qué está pasando realmente. Otro fracaso que sólo es paliado por los weblogs de Internet donde testigos de primera línea revelan la tragedia y el horror de un conflicto en el que la autodefensa se ha transformado en atrocidad. Esta innegable realidad ha extendido las manifestaciones en toda España y está desatando un lógico rechazo hacia un pueblo, cuyo antiguo victimismo lo ha llevado a convertirse en verdugo: en aquel Goliat que ahora golpea al David palestino.

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