Opinión

De happening

Si el teatro en sala es un espectáculo divertido (y ya no digamos cuando se representa una obra magna de Bob Wilson en el marco incomparable de un antiguo teatro romano, pues entonces es la misma leche), el teatro de calle suele ser, mismamente, la monda lironda. De ahí que el Festival de Málaga, al llegar a su vigésimo sexta edición, haya decidido ocupar nuestras plazas y rúas más céntricas con diversas muestras de esa estupendísima modalidad tan participativa, tan democrática ella. Como debe ocurrir en estos casos, la programación es variada, a la par que indiscreta: entre otras propuestas igualmente atractivas, dos cómicos con grandes orejas y sin boca parafrasean lo que van diciendo los paseantes, otro par de actores, hábiles manipuladores de títeres, mueven a dos personajes con cabezas como pantallas, ofreciendo al televidente un puñado de ilusiones cómicas, un señor tumbado en una cama viajera busca entre los rincones de la ciudad un hueco para construir su casa y, al cabo, seis músicos nos regalan, a lomos de bicicleta común, un recital de jazz, valses, músicas circenses y hasta ragtimes que acaba por requetedemostrar, por si alguien aún lo dudaba, que el teatro de calle es eso, la repanocha en bicicleta.

Hasta aquí, divino de la vida. A partir de aquí, sin embargo, me asalta una cadena de dudas mortales. A lomos de la parodia y la crítica social, los happenings aún cabalgan, pero apenas ladran. En el supuesto de que todavía existan paseantes en Málaga, ¿qué paseante va a pararse ante dos cómicos que lo parafraseen cuando tenemos aquí unos políticos especializados en esa lamentable práctica? ¿Y quién va a poner sus ojos en una pantalla gigante si tenemos en casa muchas más de las que necesitamos? ¿Y cómo va a llamarnos la atención un hombre en busca de hogar si los vemos tan a diario que ya ni los miramos? Y, dado que de las orejas de un gran número de personas que van por la calle penden unos cables que, conectados a un sofisticado artilugio denominado MP3 o MP4 les permite oír la música que desean, ¿a santo de qué van a escuchar a unos faranduleros en bicicleta entonando jazz, ragtimes y otras músicas celestiales?

Aunque Yoko Ono también aportó su montaña de arena, me temo que el progreso económico y la falta de imaginación están sepultando a la estrella del happening. Para llamar la atención del ciudadano español del siglo XXI hay que cultivar la originalidad hasta sus extremos. Como se ha comprobado, una buena furgoneta pregonando el ateísmo le echa la pata a la mejor performance. Y en lo que respecta al ciudadano malagueño, nada más impactante que anunciarle la desaparición de la Cuenca Mediterránea en beneficio de Sevilla. Se ve, por cierto, que hay mucha gente empeñada en la aberración de enfrentar a Málaga con la capital hispalense. Eso sí, según la célebre división catequista (con permiso de la furgoneta susodicha), unos pecan de palabra, mientras que otros, de obra y omisión.

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