La torpeza que no cesa

Vengo hoy en hablarles del nuevo maremoto registrado entre la clase política y buena parte de la ciudadanía malagueña. Ya saben, el gobiernito de la ´realidad nacional´, léase juntandalucía, ha decidido llevarse la Cuenca Mediterránea a Sevilla. O lo que es lo mismo, la histórica Confederación Hidrográfica del Sur, que lleva en Málaga más tiempo que la Alcazaba, marcha que se las pela hacia la ciudad del Betis. Saben mis lectores que es ardua la tarea de encontrar alguien en Málaga que quiera y estime más a Sevilla que este cura que les habla. Allí viví y allí pasé la mejor docena de años de mi malagueña vida. Joven pimpollo llegué y allí fue que cursé y culminé mi licenciatura, mi doctorado, casé, tuve hijos y dejé para siempre amigos y lugares imborrables. Es así que, para mí, Sevilla es más grande que el gobiernito que aloja y que tan terco anda en el empeño de enfrentar a los andaluces. Malagueño desde generaciones que se pierden en la memoria, no entiendo esta mamarrachada como una ´agresión sevillana´. Esto es otra cosa. Esto tiene responsables con nombres y apellidos bien conocidos. Y es que la trastada juntandalucil tiene más calado del que en primera ojeada aparece. Treinta años casi de capitalidad autonómica para Sevilla no han supuesto para la bética ciudad más que la existencia de una burocracia gordinflona y ahíta que se ha convertido en su único motor económico. Sevilla es hoy una ciudad que languidece en un marasmo industrial y económico apenas encubierto y disimulado por la tronante y onerosa burocracia en ella injertada. ¿Qué sería de la querida ciudad sin las miles de nóminas de los miles de funcionarios que en ella trabajan? Poco, bien poco. Lo sabía, como sevillano que es, el presidente González y por eso ubicó allí la ya casi olvidada Expo. Por eso llevó presto el AVE y todo lo que pudo. Fueron medidas de emergencia para reflotar una ciudad, otrora emporio agrario, que los tiempos y sus inútiles dirigentes han llevado a un estado de caquexia económica y social más que palpable.

Porque ahí les duele a los sevillanos: han tenido una casta de dirigentes lamentables, chapuceros y de bien escasa entidad y enjundia. Repasen, si no, la lista de alcaldes democráticos de la ciudad. Me dicen mis amigos sevillanos una expresión repetida una y otra vez: qué mala suerte tiene Sevilla con sus alcaldes. Si les respondes que son los que ellos votan, te contestan que ellos no hacen las listas electorales. Y es verdad. Y sépanlo mis paisanos del alma: son muchos los ciudadanos sevillanos que halagan y elogian los alcaldes que Málaga ha tenido. Cada uno hijo e hija de su padre y de su madre, pero con personalidad, con carisma, con ánimo decidido y firme a la hora de defender a la ciudadanía que les encomendó la más grande tarea que un político puede desempeñar en democracia: ser alcalde de tu pueblo. Los aciertos y los errores de cada uno de ellos quedan a beneficio de inventario por imposibles que son de eludir en la humana tarea de gobernar.

Para tratar de seguir achicando el agua de la nave que zozobra, a orillas del Guadalquivir, al gobiernito de la ´realidad nacional´ no se le ocurre otra cosa que desnudar un santo para vestir a otro. Lo que ocurre es que este último no tiene más ropa que la que le colocan sus santeros, que está desnudo, que tiene frío, que necesita otras medidas de choque, de reactivación y de reanimación cardiopulmonar. Ente otras, necesita una casta política alejada del pastel y el pesebre. Cualquier cosa menos quitarle la ropa al que la tenía comprada, pagada y merecida desde tiempo inmemorial. Ya vale. Ya está bueno lo bueno. Cuánta torpeza, Señor.