Opinión

Queremos tanto a Mandalena

La odian por tierra, mar y aire. La odian en estricto sentido orteguiano: por su potente y femenina existencia. Todo el fin de semana se lo pasaron amontonando toneladas de odio radiado, televisado y escrito contra Mandalena. No habíamos visto así de rabicundas a las derechas desde Felipe, al que odiaban en sentido aznariano/pedrojotista: absolutamente a muerte. A Zapatero le odian, más que nada, por la flor en el culo, por el optimismo profesional, por esa manera serena de producirse entre los escombros de los tres millones de parados, porque tiene pinta de buena persona y a las derechas las buenas personas les resultan pánfilos con derecho a purgatorio. Pero es un odio llevadero, pactista. Será presidente del Gobierno ocho años u doce y le seguirán perdonando la vida, como si se hubiera colado en la fiesta de la historia y del poder.

A De la Vega la odian en la intimidad, le lanzan venenos con nombres de mujer pero no se le arrancan, le guardan un aire acomplejado, concientes de que entre sus muchachadas no hay rival que pudiera hacerle media muesca. A Rubalcaba no le odian tanto como le temen: le temen por lo mucho que calla y por lo mucho que dice con lo poco que habla. En sus pesadillas, a las derechas Rubalcaba se les aparece como un engendro del mismísimo demonio, con mucha pausa y dominio de los escenarios, como el hilo invisible que cose todos los rotos. Como el tío que maneja los expedientes, los sótanos y las cloacas. Y con gente así es mejor invitarla a café, aunque sea con muy mala leche.

Los nuevos modelos cuartelarios de la Chacón y esa pinta que empieza a tener de mando en plaza, de capitana generala, de futuro de todos los futuros posibles y además catalana, les empieza a producir un odio preventivo, un tufo de que a poco que la crisis se disuelva en los sueños de Obama, se las van a tener que ver con ella. Los demás y las demás, con Solbes en prejubilación y Moratinos en el infierno de Oriente Medio, no se quedan agarrados a la pared de la memoria de los odios. Y ni los niños bilingües se saben su alineación.

Así que les queda Mandalena para odiar con un odio de unanimidad por decreto. De todos ellos sin excepción, incluidos sus ancestros, los de la Plaza de Oriente y los del Pazo de Meirás: más odio cuanto más a la derecha. A Mandalena le odian como odiaban a Guerra (Alfonso), autoproclamado príncipe de los descamisados. Y se lo creían a pies juntillas: los descamisados y las derechas. Mandalena no juguetea con la gestión, no protagoniza divinas comedias, no escenifica, no pacta transacciones dialécticas, no acepta excusas internas: hace ruedas de prensa para comerse en directo sus marrones nevados y para mirar a los ojos a los que tengan cojones de mandarle un copo de nieve, un caos de un cuarto de hora que no sea suyo. Y no le soportan ese acento muy andaluz y muy malagueño de altanera eficiente.

Un muy importante catalán mío, antes de las generales últimas, clamaba y no en el desierto acerca de la futurible levedad política de Mandalena. Pero cayeron los votos de las cercanías catalanas a sacos y ahora, el importante, que lo sigue siendo, arrastra cadenas de admirativo silencio cuando sube todos los días en Ave. Si vivimos para que nos odien o nos quieran, Mandalena ha alcanzado la perfección: la odian tanto que no podemos quererla más. Ella, ministra con un par.

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