Opinión
Otro acento
Lo del acento trae miga. Me sorprende. Una semana de dimes y diretes desde que a una catalana con acento dijo que no le gustaba el de Magdalena. Ni siquiera, lo que le hacía era gracia, creo. De chiste. Yo tengo un acento parecido y que guste o dé risa me importa un comino. Para defender el nacionalismo hay otras cosas, sobre todo cuando a uno, por más que se esfuerce, no le sale lo de la patria por ninguna parte que no tenga que ver con las olimpiadas. Los andaluces lo somos sin demostrarlo, sin sabernos la letra de un himno ni ponernos la bandera en fiestas de guardar. Cuando recuerdo a Caparrós, el andalucismo me sale del alma, como a los cantaores el duende, pero cuando una política juega a desprestigiar a otra en base a su habla, la indignación de adversarios o compañeros de partido, me parece un juego indigno. Falta un lacito verde y blanco en la solapa. Se juega a ver quién es el más andaluz de todos. Puede que gane el que más veces pida la dimisión de la catalana que por más que se la señale, no se retracta, será que le gusta el candelero. Lo que no sé es de qué se le pide que dimita, si de su pensamiento de corrillo televisivo o de su ideología política. De lo primero, del mal pensar, no se puede dimitir, por más que alguien lo intente. Y de hacerlo público, tampoco. Ojalá. Más de un político aplaudiría la posibilidad de poder dimitir de sus palabras o de sus deslices en ruedas de prensa. Pero no, de verdad que no se puede. Como mucho, retractarse, que es la manera fina de disculparse en la jerga política amanerada.
Tras una semana de declaraciones eruditas, afirmando lo bonito que es nuestro acento, me canso de oír a los compañeros ideológicos y andaluces de pro ante todo, de la catalana, pidiéndole que abandone el partido. Si su pensamiento es democristiano, o tal vez liberal, imagino yo que por poco que le guste a esta señora cómo hablemos, no tendría por qué escucharlos. Ni lo hará. Pídanle que le guste el malagueño, preséntenle a alguno que le haga gracia o, como buenos demócratas, aguántense del hecho de que no le gustemos. La palabrería del váyase, no da tantos votos como un gracejo en la respuesta, que hay que ser torpe para ponerse el sombrero cordobés en los discursos.
A mí, la verdad, lo que dice la ministra, no sé o me lo callo, pero cómo suena aquello de acentuado, sí que me gusta, por el rato familiar, supongo. Ahora bien, por educación, no haría público, ni por despecho, los otros acentos que me dan risa. Que los hay, supongo que por inmaduro y mal criado. Reconozco, eso sí, que el acento argentino, me place de sueño y que el francés, me gusta al oído, como las canciones, no entenderlas en inglés. El italiano es para mamá cocinando, que siempre se ha parecido a la Loren y el chino para el rollito de primavera.
Yo sólo sé malagueño. No me importa que le guste a Chaves o a Arenas. No creo que la catalana tenga que abandonar la política por inculta, a pesar de su licenciatura en filología. Puestos a elegir, a veces es mejor no gustarle a ciertos individuos.
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