Opinión
El dormidor
Tenía este individuo la tendencia a quedarse dormido en cualquier lugar donde hubiera gente haciendo cosas, trabajando, charlando y moviéndose de acá para allá. Las cafeterías, por ejemplo, eran lugares que le ofrecían condiciones inmejorables para sus repentinas dormileras. Me permitan que las llame así, dormileras, pues no se me ocurre otro nombre más adecuado a lo que en él era hábito, o váyase quien sea a saber si efecto de alguna dolencia. Siestas no eran: por las horas en que sucedía, o mejor dicho, le sucedían las dormidas. Y aunque dormilera no sea palabra reconocida por la RAE, llámense así sus estrepitosos raptos de repentinos e invencibles, -al parecer-, sueños de aquí te pillo aquí te duermo. Porque era tal el modo en que solía roncar, que la palabra estrepitoso se nos queda corta, aunque sea la que mejor cuadre a sus ronquidos de borrachera de cerveza.
Llegó a la ciudad sin que nadie pueda dar fecha exacta, ni mucho menos indicar su lugar de origen. Hablaba un castellano que igual podía ser de Murcia que de los pueblos más norteños de Córdoba. Pero hablaba poco. Se diría que hablaba lo absolutamente indispensable: "Sí, no, será, puede, buen día, mala hora es, tengo sueño, ¿tiene fuego?..." Esas cosas se las había oído decir cualquiera. Más de esas cortas palabras o frases nimias, no consta que las hubiera dicho alguna vez. Cuentan que un día, en medio de una conferencia sobre no se recuerda qué, dijo una frase un poco larga: "Si presidentes y ministros y alcaldes y ediles y eso, se quedaran en sus casas a dormir todo el día, el país iría mucho mejor". Y cosechó un prolongado y sonorísimo aplauso, cuyo final no alcanzó a vivenciar porque nuestro hombre se nos quedó dormido en medio del sonar las palmas. Y ello, a pesar de que le agradaban mucho las palmas. Las que se les dedicaban a él, y sólo ésas, que era muy engreído en el fondo. Sólo en el fondo, que en la forma era astroso. ¡Vaya tipo!
-¿Cómo se llama usted? Si puede saberse...
-No me llamo: estoy. Y no, no se puede.
Sacarle información a aquel hombre era tarea titánica: ni soltaba prenda, ni podría soltarla caso de que quisiera: era cosa que muy pronto se llegó a saber que, cuando hablaba más de diez o doce sílabas seguidas, le solía entrar un sueño invencible. Y se quedaba dormido aunque acabara de despertar de una de sus dormileras o de sus dormidas, como prefieran ustedes que se les llame. Ya dije que dormileras sería lo suyo. Por lo de dormilón. Y porque nos mola idear palabras.
¿Qué soñaría ese hombre? ¿Serían sus sueños lúcidos, largos, seguidos y luego recordados? ¿O no los recordaba? En un laboratorio del sueño, de esos que ya existen en grandes universidades y centros de investigación, este hombre sería una mina. Para investigadores de la cosa del dormir, claro. Pero en una cadena de montaje...
-¿Por que no se propone usted mismo para el record Guinness del sueño?
"No soy imbécil, aún". Dijo, y se quedó dormido un rato. Su casera -pues tenía casa legal y reconocida- afirma que le confesó un día que lo de estarse los cargos públicos durmiendo a todas horas no había sido cosa suya, sino revelación habida en un sueño. "Oí una voz, y eso me dijo. Yo me limité a repetirlo en público". Dice la mujer que le dijo. Y luego estuvo dormido dos días seguidos: habló demasiado. ¿Será este grandísimo dormidor un enviado del más allá para bien y provecho del más acá? Puede. Debe añadirse que este gran dormidor (cuyo nombre callamos), era agnóstico, y que lo de la voz oída en sueños no le alteró en absoluto: lo contó, y en paz. ¿Será un enviado, un enfermo, un fiel adicto al sueño? Hay gente misteriosa.
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