Simulaciones

Si con algo me quedo de mis escasas incursiones en los centros comerciales durante las pasadas Navidades es con una imagen, repetida hasta la saciedad: dos cuasiadolescentes aporreando una guitarra y una batería del juguetito electrónico ´Guitar Hero IV´. O sea, simulando ser miembros de una banda con aspiraciones rockeras.

Cuando aún no tenía bigote ni perilla yo también gustaba de las simulaciones (en realidad, mi vida entonces era pura representación), pero lo mío era el ´Karnov´, el ´Ghosts N´Goblins´ o el ´Chase HQ´ (los que disfrutaran con un Spectrum los recordarán con agrado): resultaba la mar de divertido encarnar a un forzudo medio ruso en busca de tesoros, a un caballero a navajazos con zombis y a un policía embarcado en una persecución automovilística sin límite de velocidad. Más entretenido que, supongo, simular ser un aguerrido rockero, porque, digo yo, si a uno le atrae la música, ¿no sería más lógico formar una banda y tocar ´de verdad´?

Lo mismo sucede con la Wii y sus diferentes variantes. Me imagino que un rato de esparcimiento mientras mueves el esqueleto (aunque, en mi opinión, el apalancamiento en el sofá es ´sine qua non´ de la diversión electrónica: sí, por si no lo han notado, soy de la vieja escuela) puede resultar entretenido, pero venderte el aparatito como ideal para darse caminatas y carreritas, para hacer ejercicio... ¿Para qué está la calle? La cosa tiene su lógica: van a acabar convenciéndonos de que lo exterior (el ´outdoors´, que dicen los anglos) no es guay. ¿Y por qué? Porque es gratuito. Y uno se encuentra con algo tan incomprensible con que gente a la que en su vida le ha apetecido probar el arte de caminar se convierte en adicto a pasearse en su Wii (veremos lo que les dura la fiebre, eso sí). Moverse sin viajar, andar sin caminar... Yo la verdad es que ya no entiendo nada.