Opinión

El presidente y la poetisa

entro de tres días Barack Obama tomará posesión de su cargo como presidente electo de Estados Unidos. Un momento que será histórico y que abre enormes expectativas internacionales, económicas y sociales. Mucho se ha comentado en las últimas semanas sobre qué hará y qué no hará, sobre si la esperanza que tenemos tantos se desinflará o no, sobre hasta qué punto será o no rehén de los poderes fácticos y de las inercias estructurales, sobre si llega o no con soluciones milagrosas para paliar la crisis financiera planetaria. Pronto podremos opinar sobre estos asuntos con datos en la mano.

Menos se ha comentado, sin embargo, un hecho curioso y quizás anecdótico que a mí, admirador confeso y publicado de Obama, me incomoda mucho. Y es que uno de sus primeros encargos públicos se lo ha hecho a la escritora Elisabeth Alexander, una poetisa, ensayista y profesora, afroamericana como él, a la cual ha pedido un poema para ser leído durante su ceremonia de investidura, que tendrá lugar pasado mañana. Alexander, una poetisa rotunda y comprometida, finalista recientemente, con ´American Sublime´ (un poemario, por cierto, excelente que, a menos que ocurra un milagro, no se publicará traducido al castellano antes de cincuenta años), del prestigioso premio Pulitzer y autora de un hermoso, emocionante y transparente poema a Nelson Mandela, ha aceptado la invitación. Ella, uno de cuyos últimos ensayos se titula, de manera muy significativa, ´Power and possibility´, debe saber mejor que nadie el peligro que acecha a los poetas que se acercan al poder (y del tufillo más o menos disimulado que despide el poder cuando le pide cobertura estética a los poetas), por mucho que el poderoso en cuestión que lo detente hable y actúe seductoramente. Entiendo que Elisabeth Alexander salte de entusiasmo al ver que alguien con una trayectoria biográfica e histórica similar a la suya ha llegado a la cumbre política mundial, y que quiera dejar constancia de su alegría, pero no entiendo que, como poeta, es decir, como alguien que hace de las afueras y de la intemperie su hogar y su mensaje, le preste su voz al poder, que es un principio centralizador que, sea quien sea quien lo encarne, criminaliza las afueras y la intemperie por decreto. Tampoco entiendo que Obama, que hasta ahora no es más, ni menos, que una promesa de cambio y mejoramiento, quiera desde tan pronto, desde antes de comenzar su mandato, rodearse de poetas cortesanos. Eso lo hicieron los emperadores romanos y chinos, los reyes medievales y renacentistas, los faraones egipcios, los dictadores más o menos bananeros o los califas musulmanes, todos los cuales usaban y abusaban de las habilidades de artistas y literatos para apuntalar sus pretendidas cualidades divinas (o por lo menos el origen divino de su ministerio) en la mente de sus súbditos.

Garcilaso de la Vega, que es probable que haya sido hasta la fecha el más grande poeta de nuestra lengua, sufrió prisión y destierro por no dedicarle poemas a Carlos V, que además se preciaba de ser su amigo. En una época, además, en la que nadie se lo hubiera reprochado porque era lo normal. Me hubiera gustado que Elisabeth Alexander, a la que nadie habría encarcelado ni desterrado por ello, se hubiera negado al encargo de Obama. Por el bien de la poesía que ella representa y por el bien del poder que él está a punto de ejercer.

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