Opinión

La corrupción va ganando?

Hoy es el gran día. ¿Si? Que me perdonen los norteamericanos: aunque se hayan reunido por millones para celebrar la llegada de Obama, se ha derrumbado el inmenso decorado de las primarias y toda la ´carrera´ a la Casa Blanca, que tan entretenido tuvo casi al mundo entero.

Claro que en los Estados Unidos hay varios ajustes de cuenta pendientes a los que Obama seguramente procurará atender. Sin ir más lejos, el racismo subyacente, para no hablar del viejo sueño, que durante décadas nos habían convencido de que estaba ´en construcción´, cuando ahora el nuevo vicepresidente, Joe Biden, nos lo anuncia de nuevo como si fuera un estreno: "vamos a crear juntos una América en la que todo el mundo pueda, si se le da una oportunidad". Tétrica confesión de que las películas nos han estado engañando durante el último medio siglo, confirmando la vieja sospecha de que Hollywood miente más que los políticos.

Todo el decorado está por los suelos, con el mismo aspecto que el de una ciudad derruida. Como el que tiene Gaza, según nos cuenta el filósofo Bernard-Henry Lévy, que ha sido testigo privilegiado porque fue el único al que Israel permitió entrar, para descubrir que "es una ciudad abatida, transformada en una ratonera, aterrorizada, pero no arrasada?" El discurso de Lévy sobre el terrible enemigo que es Hamás se estrella contra los números (será porque son arábigos): en 20 días sólo se contabilizaron 13 muertos israelíes. Israel ha cesado el fuego tras un misterioso acuerdo con Estados Unidos para obtener sofisticados equipos para controlar el tráfico de armas para Hamás a través de los pasos fronterizos y para lograr la colaboración de la CIA con el Mossad, como si el espionaje judío necesitara de los famosos ineptos de la ´inteligencia´ norteamericana. Con su silencio, Obama parece haber autorizado el montaje de esa excusa para abrir un compás de espera hasta que él se haga cargo del gobierno.

Millones de ojos deberán simular ceguera para no ver el decorado hecho pedazos. La crisis económica avanza sin encontrar siquiera un cortafuegos, aunque se haya dispuesto de una cifra astronómica, de billones de euros (de las haciendas, que "somos todos"). La corrupción estalla a cada paso, sea como minas anti-persona, sea como bombas de fósforo que se esparcen e incendian todo lo que hay a su alrededor. Con su habitual desenfado, nos lo dice ese libre y fantasioso navegador por la red de la filosofía que es Jean Baudrillard: "La corrupción: tal es, sin duda, el meollo del problema. Jamás es un accidente. Es inherente al ejercicio del poder y, por lo tanto, al ejercicio del Mal. Vengan de donde vinieren, quienes alcanzan el centro neurálgico de los negocios son inmediatamente, y en todos los lugares del mundo, transfigurados por la corrupción, y es ahí donde sellan su auténtica complicidad".

Quizás pueda Obama emprenderla contra los viejos males interiores del imperio. Pero su puesto, allá en el ´pincho´ de la pirámide del poder, no es para que eche un poco de mezcla a los descascarillados de su ´patria chica´, sino para que? ¿para qué? ¿Para dar una vuelta campana a lo que ha sido la estrategia histórica de todo poder? Otra vez Baudrillard: "En cada juicio, en cada cuestionamiento público de un político o de un hombre de Estado, resurge esa exigencia milenarista -siempre defraudada, claro-, de un poder que se pronuncie contra sí mismo, que se desenmascare a sí mismo, dando paso a una situación radical, inesperada -desesperada, sin duda-, pero de donde sería barrido el campo inextricable de la corrupción mental". Sólo cabría añadir que la situación radical, inesperada y desesperada, ya está aquí y es lo que Obama va a encontrarse. ¿Puede cambiar hoy la eterna realidad del poder? ¿Puede ser la situación tan desesperada como para que el poder "se desenmascare a sí mismo"?

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