Opinión

Espías aficionados

Esto parece como cuando unos agentes del entonces CESID, sorprendidos mientras vigilaban sin permiso a cierto personaje, sacaron sus tarjetas de visita que les acreditaban como espías, pretendiendo así justificar la legitimidad de su actividad. La guerra de Gila, vamos. Lo de Madrid es bastante similar: acusaciones contra un consejero, el 'número tres' de la Comunidad que preside Esperanza Aguirre, en el sentido de que ha montado una red de espionaje que afecta al 'número dos', su teórico superior, el vicepresidente Ignacio González. El presunto instigador de los seguimientos, el consejero de Interior, Francisco Granados, lo niega todo, y lo cierto es que no se han dado pruebas concluyentes de su participación. Pero lo que nadie niega es que haya habido seguimientos, chismorreo e informes sobre González y otros, como el vicealcalde de Madrid y 'número dos' de Ruiz Gallardón, Manuel Cobo.

Hasta el momento, hay tres denuncias ante los juzgados -dos de ellas presentadas por González y por el propio gobierno de Madrid- y al menos dos maliciosos dossieres circulando como misiles por ciertas redacciones. A punto del estallido. Y claro está que a nadie se le oculta que hay una cierta guerra interna en el PP madrileño por medio. Una guerra que se evidencia en la batalla por el control de Caja Madrid, la poderosa entidad que aún sigue presidiendo, y que parece que seguirá haciéndolo pese a todo, Miguel Blesa. Resulta ocioso señalar que González, Granados y la propia Aguirre se han posicionado contra Blesa, apoyado por Ruiz Gallardón, Rajoy y los sindicatos presentes en la Caja.

El hecho de que Ignacio González sea el principal hostigador de la presidencia de Mariano Rajoy, teóricamente su jefe político, al frente del PP, también añade cierto sabor al culebrón político. González pasa por ser quien más ha animado a Esperanza Aguirre a presentarse a las elecciones internas frente a Rajoy, de la misma manera que pasa por ser el más mortal de los enemigos de Ruiz Gallardón. Su situación se vuelve progresivamente insostenible, mientras el folletín avanza, el escándalo aumenta -alimentado el fuego por las muchas incógnitas, misterios y rumores que jalonan el caso- y la maquinaria judicial, lenta pero, al final, segura, se pone en marcha. Lo mismo que la policial: aseguran que tanto Interior como los servicios secretos ya han tomado cartas en el asunto.

Ni qué decir tiene que la preocupación en la sede nacional del PP, en la madrileña calle de Génova, es máxima. Aunque no han dejado de detectarse algunas sonrisas maliciosas ante el mal trago que está bebiendo González. ¿En qué acabará todo esto? Parece difícil que, al final, las cosas se queden como estaban: puede que, lenta pero seguramente, haya comenzado la catarsis en el principal partido de oposición. Y que nuevos modos de hacer política se instalen en Madrid, rompeolas de todas las tensiones internas de todas las formaciones partidarias durante prácticamente todo el tiempo.

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