Opinión
El río suena
omo el título de la columna del conocido refrán español, que Rafael Vargas, un amable lector tuvo a bien de recordar en la apostilla que me hizo el sábado pasado en la edición digital de La Opinión. Allí también nos recomendaba, a mí y a los demás lectores, la lectura de un libro de Ramiro Pinto sobre los fundamentos de la Renta Básica, que tal era la parte del ruido del río que nos ocupaba hace siete días: el de la falta de resignación ante lo que nos pasa, la búsqueda de nuevas herramientas de pensamiento y análisis que nos pudieran devolver el control de nuestras vidas. En la intertextualidad, y complicidad, que crea la nueva prensa digital, me encontraba también el ánimo de otro lector -cómplice además en este sueño, que debería ser de todos, de recuperar el pensar común-, Enrique Castaño, que nos recordaba cómo la xenofobia es también aporafobia, que el rechazo e inquietud que provoca el emigrante es la misma molestia e inquietud que nos causa el pobre. Sylvia, de Uruguay, por fin, nos hacía caer en la cuenta, ante la pesadumbre que yo mostraba por la previsible indigestión mediática que iba a producirnos la proclamación de Obama -en ello estamos-, de la fácil solución de no ver la tele y dedicarnos a nuestras cosas: hablar, leer, pensar, amar...
La referencia a la Renta Básica era sólo una muestra de cómo es posible encarar esta locura con paradigmas nuevos. Hoy podríamos hacerlo con otra de las piedras que arrastra el río en su crecida de descontento y de inconformismo: el decrecimiento. Por ejemplo, Gustavo Duch Guillot, de la organización Veterinarios sin Fronteras, denunciaba hace ya unos años, en un artículo en ´El País´ "el pensamiento dominante que relaciona directamente crecimiento económico (más producción, más consumo) con desarrollo, con prosperidad e incluso (aquí se disparan mis alarmas) como remedio contra las desigualdades". El ejemplo que ponía, el de la agricultura, que les gloso, es el más didáctico para ilustrar el hechizo (no mágico) en el que estamos y que nos hace no entender nada. Hace mucho, afirmaba Guillot, que el desarrollo agrícola ha sobrepasado las necesidades alimenticias de la población mundial (pero observen la magia de la paradoja: el hambre mundial no deja de aumentar) ¿No busca, pues, ese desarrollo imparable, más producción de alimentos? Y Duch Guillot concluía que no, que sólo busca "crecimiento" económico.
Decrecer (menos comida, menos basura, menos consumo, menos publicidad, menos desdicha) no es formular un simple juego de palabras: es una necesidad de esta humanidad ya demasiado, y por demasiado tiempo, exprimida y vaciada de su dignidad. Quiero antes de acabar, queridos lectores, explicarles por qué insisto siempre en esa necesidad de pensar de otra manera. Wittgenstein explicaba en sus ´Investigaciones filosóficas´ que seguir una regla (una rutina, una educación o adiestramiento; a todos nos adiestraron) es, en realidad, seguir una orden. Imaginaba, entre muchos ejemplos, a uno que le ordenaba a otro (más o menos,cito del recuerdo) que contara a partir de 1000 los números cardinales, pero en una serie que quedara así: 1002, 1004, 1006... Al hacerlo, el alumno, contaba el gran pensador, lo que hacía en realidad era una práctica, creaba una rutina o costumbre que, lejos de mostrar la inteligencia de ´intuir´ una fórmula, lo que demostraba era su obediencia ante la orden ´comprendida´: +2.
El maestro tal vez quedara tranquilo con que, descubierta la ´manera de contar´ enseñada, el alumno podría seguir aplicándola siempre igual de forma indefinida. ¿Pero quién puede asegurarlo?. ¿qué pasaría si en un momento dado, el aprendiz de contador, se salta del 1600 al 1604? ¿Un despiste?, ¿no había comprendido, en realidad, la orden implícita en el adiestramiento? ¿O tal vez había decidido, sencillamente, contar a su manera? Recuperar el control de nuestras vidas puede significar sólo no seguir la serie. Decrecer, por ejemplo. Comer menos, comprar menos, y ser más.
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