Opinión

Krugman, Mari Tere y el euro

Ni Krugman conoce a Mari Tere, ni ésta al premio Nobel de Economía del año pasado. Mari Tere es mi vecina, no de bloque, de calle, de barrio. Solemos coincidir, de cuando en vez, en la cola de la caja del supermercado. Cola que ya no es lo que era, ahora es una colita, leve, corta, liviana, breve. Es por eso que tengo ahora menos tiempo para hablar con Mari Tere. Todo un efecto colateral e indeseable de la crisis. En mi caso supone tener que vérmelas y deseármelas cada lunes a la hora de enjaretar un artículo. Con ella, que es un pozo de sabiduría popular como pocos, siempre encontré faro, luz y guía para mis artículos. ¡Cuántos artículos debidos a su aplastante sentido común! Este de hoy es un homenaje a esa su cordura, ante la que rindo armas y bagajes. Y es que, mésense las coronillas, Mari Tere y Paul Krugman opinan lo mismo sobre la crisis en España. La diferencia, no baladí, entre ambos es que el diagnóstico actual de Krugman lo hizo Mari Tere hace siete años. Exactamente el dos de enero de 2002. Fue el primer día de aquel año que coincidimos en la cola del súper. Era el primer día laboral del año, para nosotros y para el euro, a quien Lucifer algún día haga pagar todo la ruina que nos ha traído. ¡Esto es un contradios! Esta era la expresión con la que Mari Tere avisaba aquel día a todos los que íbamos con pesetas y euros, deseosos ya de deshacernos de las viejas monedas que nos vieron nacer. Entrábamos en la casa común europea, ya no teníamos que cambiar al atravesar fronteras. ¡Aleluya! Pobres diablos. Nos estaban engañando una vez más. Nos mentían, nos mienten, nos mentirán, nos seguirán mintiendo mientras no les hagamos morder el polvo con una abstención del noventa por ciento en las próximas elecciones.

El amigo Krugman ha venido a decir que eso que la moneda común nos resguardaba de los movimientos orquestales en la oscuridad, nada de nada. Si no estuviésemos en el euro, dice el sabio, ahora podríamos devaluar nuestra peseta y santas pascuas. Devaluar, aunque sea un verbo peyorativo, no es lo peor que te puede pasar en el mercado; a veces, justo lo contrario. Somos una vez más, víctimas de la mentira de los poderosos. Han estado negando la crisis hasta hace tres días y ahora nos dicen, otra mentira, que la solución es inyectarle a los bancos el diez o el quince por ciento del producto interior bruto, del dinero de todos, para que nos den créditos. Otra mentira. Mienten más que hablan. Los bancos han abducido toda esa enorme cantidad de papel y, a la hora que es, puede que no hayan dado aún un solo euro en préstamos. Nos mintieron con el euro, que era y es un festín reservado sólo para poderosos, léase Francia y Alemania. Nos mintieron con la ocultación de la crisis, diciendo que no había burbuja inmobiliaria. Nos mienten ahora diciendo que el euro es nuestro refugio, cuando es nuestro verdugo. Nos siguen mintiendo cuando afirman la infinita solvencia del Estado-Pepe Gotera-Otilio, chapuzas a domicilio, siendo que agencias del prestigio de Stand & Poors han bajado ya el coeficiente de credibilidad del Reino de España. Nos mienten a todo trapo cuando dicen que los bancos nos van a prestar el dinero que nosotros, a su vez, les hemos prestado; kafkiano, por no decir inmoral. Y rematan, por ahora, la mentira diciéndonos que en un par de meses estamos otra vez arriba, que aquí no ha pasado nada y que Cancún y la riviera maya nos esperan. Creo que deberían escribir artículos, no los que vamos capeando el temporal con más o menos agua al cuello, si no alguno de los casi doscientos mil parados malagueños. A ver qué dicen. A ver cómo se siente la mentira cuando te golpea directamente el mentón.

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