Opinión
Urgencias menos urgentes
Los observadores más agudos, entre los que, afuera telarañas de la modestia, me encuentro, hemos sospechado siempre que una gran parte de nuestro pueblo llano suele trepar a la parra de la inconsciencia cívica cuando acude a las urgencias de los hospitales. Las sospechas se fundamentaban, hasta ahora, en los jurídicamente llamados "indicios racionales de culpabilidad", que, al cabo, no resultan ser más que un par de detallitos tan sutiles como elocuentes: los días en que tiene lugar un partido de fútbol de general interés, la afluencia de público en las urgencias de los hospitales baja considerablemente a la hora hermosa del encuentro; sin embargo, los días que coinciden en lunes, a la puñetera hora de partir hacia el trabajo matutino, la afluencia de enfermos considerablemente sube. En consecuencia, si Molière levantara su talentosa cabeza y, abrumado por los cantos de sirena varada en la pasta a toda costa de la SGAE, le diese por rodar remakes cinematográficos de algunas de sus obras célebres sobre el asunto de los enfermos menos graves de lo que aparentan, se pondría las botas en Hollywood. Desde luego, pronto veríamos a nuestra Pe, con más de dos pes, pidiéndole a Poquelin un papel pintiparado para su persona.
He de confesar, con la satisfacción propia del empirista convencido, que mi exigua experiencia corrobora estas modestas pesquis. Mi primera visita a unas urgencias semihospitalarias coincidió con la última semifinal de la Eurocopa de Naciones, donde la selección española se jugaba el acceso a la posible gloria futbolera tras una eternidad de tiempo sin olerla. Sin duda, aquella, al decir de los valdanos del gremio, urgencia histórica influyó en que no hubiera un alma en los pasillos del Centro del Salud esa tarde de junio. De hecho, cuando una enfermera salió al pasillo, presta a preguntar cuál era el siguiente en el turno de llegada y acceso la sala de curas, la inexistencia de público alguno me hizo gracia primero, y a continuación me hizo gracia de alzar al aire del pasillo mi dedo destrozado por los azares del deporte amateur. ¿Cabe, no ya una prueba, sino toda una alegoría más elaborada y verídica del problema?
Las gripes originadas por las sucesivas olas de frío de este otoño y este invierno han saturado los hospitales malagueños y, de camino, han puesto en la picota una costumbre insana que se practica durante todo el año. Acudir raudo a las urgencias de los hospitales con dolencias leves, amén de suponer una redundancia lingüística, perjudica gravemente a los enfermos graves. Se dice que la gente, harta de listas de espera interminables, lo hace para terminar con la suya. Esa actitud quizá merezca nuestra comprensión, pero no nuestra aprobación. Por su parte, y siendo parte decisiva, los médicos no quieren ser jueces del debate. Así, el jefe del Servicio de Urgencias de Carlos Haya y Hospital Civil de Málaga elude valorar la actitud ciudadana concreta, pero manifiesta que el 70 por ciento de las patologías que se atienden en las urgencias podrían ser asistidas en otros servicios. O sea, blancas y en batas, leches.
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