Opinión

¡Más Andalucía, es la guerra!

Funciona fetén: si tiene usted un pariente que torpea en los estudios, un alcalde del PP o un altocargo socialista recién cesado, que se deje de mariconadas y se emplee contra Sevilla y la Junta, que viene a ser lo mismo. Mano de santo: héroe local combate centralismo sevillano. Una orgía de onanismo territorial: los intelectuales aborígenes (de haberlos), por lo común mentándose las (puñeteras) madres y los muertos de unos contra otros, se ofrecen una tregua para concentrarse en el combate común: desde Escuredo hasta Chaves, pasando por Borbolla (absténganse poetas), la Junta es el engendro capitalino y la autonomía una engañifa del Bajo Guadalquivir. Treinta años de sevillanas acabaron por anegar la vibrante pureza de los verdiales, de las medias granadinas y de los fandangos de Almería.

Si la fortaleza de Andalucía es la suma de sus territorios, de su gran población y de sus culturas milenarias (obsérvese el fino plural), su debilidad no es otra que su deconstrucción en los viejos taifas, un debate con el que de nuevo se sienten encantados todos aquellos que ya en la transición, vascos, catalanes, españoles de la derecha extrema y andaluces del extremo oriente, creían que la autonomía de Andalucía era un cachondeo, una juerga verdiblanca con la Lola Flores y El Cordobés

El rebufo de la épica del 28 de febrero parece que ha venido a agotarse justo en estas horas, tal vez a propósito también de la megacrisis (magnífico charco para que nos embarren predicadores y profetas), pero sobre todo engarzada al barullo de la sede de la caja única andaluza, que no está ni se le espera pronto pero por la que muchos ya se matan a navajazos patrioteros. Lo que en principio no es más que una patética pelea por conservar los privilegios de cajeros y políticos aferrados a los sillones de sus consejos de administración y de su amplia clientela de subvenciones culturales y mediáticas locales (eza mardita publizidad) se ha tornado en el gran fracaso de la Junta y, claro, en el gran fracaso de la autonomía de Andalucía.

Algo se habrá hecho (¿regular?) para que unos descerebrados del este andaluz se sientan legitimados para montar una plataforma separatista sin que la gente los haya corrido a gorrazos. Sin entrar en la trampa venenosa de las inversiones provincializadas, tengo algunas ideas: los delegados de la Junta no hacen Junta, sino servilismo de sus consejeros. Los alcaldes del PP han convertido sus despachos en nidos de ametralladoras antisevillanas, disparando a la línea de flotación de la autonomía a cambio de un puñado de agraviados votos. La excelencia de la gestión es suya en propiedad y los marrones, de la Junta. Antes que socialistas o populares (con perdón) nos encontramos con proclamas de afirmación malaguita, nazarí y, por supuesto, sevillanas, donde el chovinismo es una profesión. Ellos también, los sevillanos-ad-hoc, empiezan a desempolvar su lista de agravios, el pesado fardo de tener que ser la capital. Total: los treinta mejores años de prosperidad y bienestar de la historia de Andalucía, forjados con la herramienta autonómica, se han convertido en un zafarrancho de agravios pueblerinos en las trincheras de la prensa local.

En un poema memorable, Sam Keen nos enseña cómo crear enemigos: toma un lienzo en blanco... dibuja en él el odio hasta que aparezca una mueca de crueldad... arranca la piel de sus huesos... exagera cada rasgo... conviértelo en una alimaña... cuando hayas terminado podrás matarlo sin sentir vergüenza ni culpa.

Yo sé y muchos conmigo que la mejor manera de hacer Málaga, de hacer Granada, de hacer Sevilla, es hacer más Andalucía, más Junta de Andalucía. Pero a ver quién tiene cojones de decirlo ahora sin que te llamen nostálgico. O lo es que es peor, andaluz.

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