Opinión
Los que viven en eterna crisis
El culebrón del espionaje -presunto- entre sectores enfrentados del Partido Popular tiene la suerte mediática de que lo atiendan con igual apasionamiento los medios de información general, la prensa amarilla y la prensa rosa. Todos encuentran allí alimento para una gastronomía exigente de condimentos fuertes y del morbo que da saber -como en la gastronomía en boga- que detrás de cada plato moderno hay una receta de la abuela. Porque no parece que nunca se haya abandonado el espionaje ilegal de unos políticos a otros, arma insustituible de la autodefensa: hay que conocer las miserias ajenas para proteger las miserias propias. Hace tiempo que vemos una densa trama de poder compartido y cómplice, que anuda al poder económico -las multinacionales y el gran capital especulativo-, al poder político; que pone al Estado al servicio de esos intereses económicos (como lo vemos hasta la saciedad con las astronómicas donaciones a los bancos, que meten el dinero en caja y cierran la caja con llave); y al poder mediático, que sintetiza las necesidades del poder manipulando a la opinión pública con un mensaje homogéneo y adormecedor.
El culebrón del PP es una muestra concreta de la existencia de esa trama, a la que podríamos llamar con propiedad la ´mafia institucional´. Exista o no el caso de espionaje ahora denunciando, ha salido a la luz la agria disputa de poder entre los dos partidos populares que conviven forzadamente: el del aznarismo aguerrido -o ´aguirreido´-, debilitado por la desaparición política de Bush, pero sin soltar la presa, y la de los moderados, hoy mayoritarios. Siguiendo los pasos del culebrón surgen nítidamente los entrelazamientos. Los políticos enfrentados del PP se muerden sin misericordia a la hora de pretender controlar a la cuarta entidad financiera española -Caja Madrid- y se producen rupturas y alianzas inesperadas a la hora de otorgar un crédito a la Faes (la fundación de Aznar) o de aplazar el pago de un préstamos sindicado al mayor grupo mediático del país (es decir, de El País). Están todos los ingredientes de la gran alianza poder económico-poder político-poder mediático. Todos tienen un instrumento en la orquesta.
Frente al enorme espacio/tiempo que los medios ofrecen al culebrón, está la realidad dramática que discurre por episodios apenas mencionados. Por ejemplo, ese africano, Alioune, ´top manta´ al que un periodista entrevistó cuando salía de cumplir? ¡un año de prisión! A él, que no puede robar ni mentir, porque su religión no se lo permite, lo encarcelaron por no poder pagar 3.650 euros de multa. Vienen a la mente imágenes de mundos, de los que hablaba Dickens, que creíamos felizmente perdidos hace casi dos siglos: "¿Significa esto que contrajo deudas capaces de llevarle a la cárcel? Efectivamente, señor. Y no se trataba de ninguna fortuna, por cierto: sólo 9 miserables libras originales, multiplicadas por eso de las costas?"
Claro que Alioune no es un ciudadano con derechos humanos plenos: sólo es un inmigrante. Como aquellos 1.800 que hacinan el penal creado por Italia en la isla de Lampedusa, del que escaparon el pasado viernes, deambulando por el pequeño territorio hasta que, sin escapatoria posible, volvieron al centro de internación. La policía había hecho la vista gorda y los habitantes de la isla les aplaudieron. Presos liberados por unas pocas horas. Bajo la sombra del Lampedusa del Gatopardo, el de la famosa frase en la que el gran terrateniente de la Italia del sur pedía (más o menos, por los tiempos de Dickens) que todo cambiara para que todo pudiera seguir igual. Estos ciudadanos sin derechos pueden decir, como Alioune al periodista: "Aquí en España la gente llora ahora por la mala situación. ¿Sabes? Nosotros desde que nacemos estamos en crisis".
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