Opinión | Manuel

¿Diez o más?

El célebre argumento ornitológico -el autor que citamos a renglón seguido lo dijo en latín- que se inventó J. L. Borges para razonar la existencia de Dios, (o quizá para hacer burla de los que tratan de argumentarla, que con el máximo sabio del adjetivo que era el argentino nunca se sabe), daba otras cifras. Más de uno y menos de diez, si mal no recuerdo. Pero fueran las que fueran, el argumento es inapelable. Como inapelable es casi toda la gran literatura, la del genio y la del ingenio, la del afanoso lector de versos y la del inspirado improvisador de historias. El argumento de los pájaros está en un libro, "El Hacedor", escrito en 1960 y dedicado a Leopoldo Lugones, y en la breves palabras iniciales de la dedicatoria se cita un hexámetro de Virgilio (: "ibant obscuri sola sub nocte per umbram") y se le dedica un elogio velado a una expresión de Milton: "las lámparas estudiosas". En nada debe extrañarnos que ese gran domeñador del adjetivo iluminador y de la palabra nunca ociosa que es Borges hubiera dejado escapar estas y similares cumbres del hacer literario. Todo esto, repito, si la memoria me acompaña fiel.

El título de la obra de Borges antes citada es, en realidad, "El hacedor". Aquí lo he escrito como antes se vió, con la hache en mayúscula, por mor de aludir a algo que ha venido estando, (y hasta puede que siga un tiempo en el candelero), de actualidad: el Sumo Hacedor. Si su existencia fuera demostrable, dos cosas: la una, seguro que ya habría sido demostrada; y la segunda y principal, Dios no sería en modo alguno ese Ser Supremo que nos dicen que es: por su naturaleza misma, Dios no puede ser "demostrable". ¿A qué entonces tantas invectivas entre creyentes, agnósticos, incrédulos, ateos y demás? ¿Es que no vemos el fantástico engaño que se esconde detrás de tan mayúscula majadería como es la de tratar de lanzar a unos contra otros, ateos contra dubitativos o fervorosos (¡vaya usted a saber!) creyentes, mientras unos cuantos pájaros de cuenta vuelan sobre el mundo y las cosas de todos a sus anchas? Llenen, llenen los autobuses de las ciudades de palabras alocadas vestidas de razones y consejos, que mientras otros las discuten y se enzarzan en polémicas absurdas, nosotros a lo nuestro, que es hacer de lo común y de lo de todos, cosa sólo propia. Entre otras no menores villanías. ¡Y hala, a discutir como cretinos!

Pues algo semejante me temo que pasa con las cosas de las zonas que limitan con el espacio propio de la política: que, en tanto que la gestión de los asuntos públicos se posterga o se hace de maneras de dudosa integridad democrática y hasta de dudosa legalidad, se lanzan de vez en cuando a la plaza pública del "qué le parece a usted" o del "hasta dónde vamos a llegar", idioteces de mayor o menor calibre, y en tanto el personal se afana en razonar nimiedades, la casa por barrer. ¿Cuántas son las tonterías que hemos tenido ocasión de ver hasta la saciedad por la tele mientras el paro sube, ciudades llenas de gente inocente son bombardeadas, y hasta se ningunea a la propia legalidad con artimañas varias? ¿Diez, o más? Porque si contamos las muertes causadas por terroristas y por sicarios de malhechores, por políticas de estado centradas en la suprema diplomacia de las bombas y los asaltos con blindados a ciudades, las guerras del gas y las que no son del gas, los despilfarros en grandes fastos y los proyectos delirantes de obras faraónicas etcétera, ¿nos salen diez o nos salen más de diez trucos de chistera para tener al personal ajeno y desinformado de lo que de veras importa? Nunca sabremos con exactitud cuántas tropelías se asumen y punto, pero si se está atento a lo que hay que estar, sobran pájaros en ciertas bandadas. ¡Menos mal que aún nos quedan políticos dignos!

Tracking Pixel Contents