Acorralado por gusto

Aún no estaba ni por su mitad la intervención de José Luis Rodríguez Zapatero en televisión el lunes pasado y ya iba camino de los kioscos un periódico que decía en portada: "Acorralado por la crisis". No digo que no tuviera razón, una crisis como esta acorrala a cualquier hijo de vecino, y más a un presidente de Gobierno, pero lo mismo se podía destacar la acusación de falsas promesas de un participante que la correcta defensa del acorralado que explicaba por qué no había engañado a nadie. En cualquier caso, para lo que no había que esperar a que acabara el encuentro es para valorar que, en un país donde tanto cuesta en tiempo electoral enfrentar a un candidato con otro, un presidente cogiera el toro por los cuernos y diera la cara. No parece que haya precedentes y en algunas comunidades autónomas ni siquiera lo hacen en el Parlamento. Pero, a propósito de Parlamento, cuando casi había acabado ya la intervención de Zapatero en la radio, se le dirigía un reproche que me esperaba: que respondiera a unos ciudadanos en la televisión pública antes de hacerlo en el Congreso de los Diputados. Líbreme Dios de comparar el valor de un plató con otro, que no quiero que la democracia que abriga mi corazón se me deteriore, y mucho menos de esgrimir razones de eficacia. Y, por supuesto, nunca incurriría en la comparación de nuestros representantes, tan conectados siempre con nosotros que cuando intervienen parece que estén diciendo las mismas cosas que se nos ocurren, que tuvieran nuestra misma voz, con la de unos ciudadanos no tan expertos en la manera de exponer las cosas con el rigor y la alegría que lo hacen los parlamentarios. De lo que no estoy seguro, sin embargo, es de que una comparecencia parlamentaria alcance más de seis millones de oyentes. Habría que pensar, pues, ya que no creo que la crisis haya suscitado en los espectadores ganas de aburrirse, que si son tantos los que siguen una larga entrevista de este carácter el desinterés por la política no responde al que las encuestas revelan. Pero supongo que en estas cosas habrán pensado seriamente tanto los programadores de televisión como los señores y señoras diputados.

Y aparte. Aunque algunos crean lo contrario no fue la más banal de las intervenciones la de quien preguntó a Zapatero la poca correspondencia que había entre la recomendación de su gobierno de que compremos productos españoles y las marcas extranjeras de los coches oficiales. Zapatero le contestó bien al recordar que algunas empresas automovilísticas extranjeras tienen aquí sus fábricas y su mano de obra es española. No sé si pasa lo mismo con las corbatas del Rey. Pero el participante que hizo la pregunta me invitó a recordar al ministro de Industria que hay mucho producto español elaborado por chinos mal pagados y no precisamente por trabajadores de Orense. Los productos españoles y no españoles tienen a veces en el mercado global un largo recorrido, de lo que se deduce que elegir por fronteras es complicado. Y, además, este ardor patriótico mercantil tiene sus riesgos autonómicos. Ya se ha practicado, con afán de exclusión por mala práctica política, con el cava catalán. No me extrañaría que empezarán a surgir los defensores de los mercados regionales y no se sepa al final dónde empiezan o terminan los productos de un país ni de qué país hablamos.