Opinión
Nos vemos en ´Vino mío´
Pusimos al mal tiempo, mala cara. Y nos costó la salud. Los resfriados y las gripes suben sus índices cuando bajan las temperaturas y, más aún, cuando bajan los ánimos. La tristeza se somatiza; está científicamente demostrado que las enfermedades del alma terminan por extenderse al cuerpo y que no hay mejor antídoto contra los males físicos que la sonrisa o incluso la risa abierta que relaja de las angustias espirituales y oxigena y fortalece el organismo. La sonrisa nada cuesta, pero cuesta cuando sube la cuesta de enero y bajan los números en la cuenta. Y, sobre todo, cuando, a falta de dineros que gastar, toca quedarse en casa sin mayor distracción que ese televisor que, a cada instante, se encarga de recordarnos lo mala que está la cosa. Que nos pone malos, qué caray. Tanta ración de hogar al malagueño, de genética paseante y bullanguera, le marchita el cuerpo y el espíritu, habituados ambos como están a estar, mejor que en casa, en cualquier parte. Pero este frío esquimal tan impropio de nuestros primaverales inviernos nos aparta de esas amadas calles -nuestro hábitat natural- y, en el enclaustramiento, nos ahogamos como peces fuera del agua. Quien, pese a todo, ignorando la hostilidad climatológica, se arriesga a salir, pesca menos tarde que temprano un catarro de narices -bien congestionadas y con mocos-. Porque en esta ciudad del paraíso están mal vistos gorros, abrigos y bufandas y lo suyo es desafiar al termómetro medio en cueros o porque los locales ,sólo aptos para climas caribeños, dejan bien abiertas puertas y ventanas dando paso franco al birujón norteño que no entiende de idiosincrasias locales cuando le da la gana de arreciar. Pero no todo está perdido, hay un lugar que viene del frío y que sabe de mitigar al parroquiano las bajas temperaturas. En el restaurante ´Vino mío´ (C/ Álamos), sube la temperatura y sube el ánimo a la cálida luz de las velas. Recreando un ambiente acogedor y cosmopolita, este local se ha convertido en un refugio para caminantes. Como un oasis de bienestar en medio de la crudeza inhóspita de los gélidos vientos invernales. Hélèn, la entusiasta propietaria de este curioso restaurante, ha traído este concepto de local de Francia y de Bélgica donde ha regentado con éxito negocios similares que hacen del ocio una virtud. Una oferta completa que armoniza la exquisitez de la cocina, visible al público, con la presencia de exposiciones temporales y espectáculos diarios de flamenco, jazz y variedades. Todo cuidado hasta el más mínimo detalle bajo la sonriente supervisión de Hélèn, esta holandesa que hace del trabajo su placer y de los clientes sus amigos, contagiando de optimismo y vitalidad la atmósfera del local que respira de buen gusto hasta en el poético cariño con que da nombre a sus deliciosos platos. Se puede entender que comer unas bolsitas crujientes de gambas y verduras con mermelada de tomate y orégano o un paté Picasso con salsa de frambuesa y brandy, por ejemplo, más que una necesidad primaria es vivir toda una experiencia lírica. Este lugar respira arte, lo mismo para el paladar que para los ojos, pues, si levantamos la vista de la encantadora decoración del plato a las paredes, nos encontraremos con la reciente exposición de Lilian Berg, ´Caramelos con mucha cara´, un regalo de Reyes envuelto, como es su línea, en la colorida euforia de la ilusión y bien cargado de energía positiva.
Definitivamente, recomiendo una visita a este local como receta contra la crisis espiritual y económica -entendiendo que los precios son francamente modestos y comprenden una velada completa de ocio-. Y, en todo caso, mejor gastar en bienestar que en anti-gripales y ansiolíticos.
Más que publicidad, que dirán las malas lenguas, hago apología del trabajo bien hecho. Conozco a Hélèn desde hace una semana, pero soy clienta de ´Vino Mío´ desde su apertura en 2003. Viendo crecer este negocio, me congratula constatar lo mucho que se puede conseguir con mucho trabajo. Y una sonrisa. Ánimo.
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