Opinión

Doña Vaca

Sin novedad por los lares patrios. Encuestas de urgencia empiezan a menudear para calar el melón social y ver cómo ha sentado en el cuerpo electoral el espectáculo de pacotilla del «Watergate» madrileño. Y seguimos atónitos el deshojar de la margarita de nuestros hamletianos jueces (¡cómo se parece el frufú de las togas al de las ropas talares!) sobre la huelga (será, no será, claudicará Bermejo, no lo hará...) del 18 de febrero. Uno de ellos, sin embargo, encuentra hueco en tan apretada agenda reivindicativa, para iniciar un proceso contra un político y seis militares israelíes por crímenes contra la humanidad; no sé si este magistrado es de los que consideraron hace poco que no era tiempo ni lugar para investigar los crímenes contra la humanidad del franquismo...

La historia y la actualidad española tienen siempre un ritmo yámbico, cojo: como si nos pillaran las cosas (las revoluciones, las repúblicas y monarquías, los liberalismos ilustrados, las reformas educativas, el imperio, los paradigmas económicos y las guerras) con el pie cambiado siempre. Da grima que en el debate público español las palabras se desvirtúen o enconen, como si su significado se adaptara a nuestra actualidad siempre castiza, doméstica y ramplona, degradando, a la vez, la realidad que quieren nombrar o analizar.

Así, "la huelga" por antonomasia de estos días, que -según nos llega en sordina- es general y obrera en Francia, entre nosotros es esta antinómica, "municipal y espesa" huelga de un poder del estado. Aquí la anécdota del presidente Zapatero y el currículum de la joven con síndrome de Down, o esa visión de la crisis como evento meteorológico que pasará como una tormenta de verano, es la versión castiza del lema (ciertamente retórico, pero que al menos incita a pensar y a inquietarse) de "moldear el mundo de después de la crisis", que preside el Foro de Davos.

Dicen los ingleses -que de estas cosas saben más que nadie- que tratar a las vacas educadamente y, tras bautizarlas, llamarlas por su nombre, aumenta su producción de leche. Pero no ocurre así con las vacas del pensamiento y la política españolas: los nombres se desvirtúan y trabucan; las ideas se enredan como los rabitos de las cerezas en el frutero; lejos de tratar educadamente con las vacas de las ideas, lo nuestro sigue siendo el palo y el grito, el ninguneo o la ofensa. Un tal Pedro Arias, fichaje estrella del candidato de la derecha en las elecciones gallegas, se despacha a gusto tildando al ministro Sebastián de "subnormal". Por su parte, Gómez, el líder de los socialistas madrileños, ve en Esperanza Aguirre un hemimonstruo de aspecto horrible: una mezcla de Hugo Chávez y Stalin.

Ibarretxe, si nos detenemos en el norte, dice (apocado émulo del padre Arzallus) que ni el PP ni el PSOE tienen nada que decir ni hacer en el País Vasco, porque «ni lo conocen» -como ellos, los del PNV, se entiende-. Sin novedad, pues. La Comunidad Canaria, mirando al sur, quiere devolver al Estado las competencias sobre niños emigrantes (náufragos) "sin papeles". Caso anoréxico único en la bulimia generalmente insaciable de las autonomías españolas (dan ganas a veces de recuperar el calambur de Vizcaíno Casas: las "autonosuyas"). Es desalentador el ensimismado monólogo político e intelectual que dejan adivinar los Medios españoles estos días, en que, en un "sí es, no es", se está jugando nuestra suerte, la de Occidente y, con él, el planeta todo.

Es como si un hechizo hubiera congelado a nuestro país en un tiempo sin memoria y sin aliento, tal como en la Bella Durmiente. La cacofonía de nuestros gritos y maledicencias, la repetición "ad nauseam" de nuestros viejos chistes ajados, junto a los viejos problemas irresueltos de la España invertebrada, nos convierte en sordos y ciegos a lo que esté un metro más allá de nuestras narices. No digo más allá de los Pirineos, donde hay otra huelga, ya saben...

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