Los sondeos sobre las elecciones europeas del próximo domingo que recogieron este fin de semana varios medios de comunicación pronostican una cierta igualdad en escaños entre PP y PSOE pero dan ventaja a la derecha en porcentaje de votos. La diferencia con la encuesta del CIS no está tanto en el número de eurodiputados –ambos en torno a 21-23– como en la cuota de votos, que ahora podría dejar al PSOE peor situado, de modo que el PP se sintiese ganador de cara a las generales, sean o no anticipadas.

Del mismo modo que sucedió en la campaña del 1 de marzo en Galicia, saldada también con victoria del PP, los elementos clave no parecen ser de fondo, sino relativos a posibles corruptelas: de los 'audis' y los muebles de Touriño hemos pasado a los aviones de Zapatero, mientras siguen planeando los grandes escándalos del PP, con la ventaja para este partido de que sabe soportar esa pesada carga. Con un caso como el Gürtel, la izquierda ya habría saltado por los aires.

El partido de Mariano Rajoy le ha cogido el gusto a ese tipo de asuntos, como el del Falcon, sabedor de su impacto en la opinión pública, más allá de cualquier debate ideológico o al menos del análisis de los problemas que aquejan a España y a Europa en medio de la crisis.

Ahora, con el campo tan embarrado, no parece probable que disfrutemos de buen fútbol, y está por verse si habrá muchos o pocos espectadores en el encuentro del 7-J. Algunos analistas sostienen que este tipo de campañas de reproches no atraen a los votantes, sino que estimulan la abstención, pero visto lo que sucedió en Galicia no hay base para pensar que embarrar el campo aleje a la gente de las urnas.

Parece evidente que el PP fideliza así una parte del voto, sin necesidad de recurrir a mayores florituras propias de la alta política. El buen marketing electoral del PSOE, en línea con la sensación de vivir que predicaba la Coca-Cola, está dando paso a otro marketing bronco, el del PP, en el que más que poner en valor las ideas propias y las sensaciones que causan entre la gente, se emborrona la acción del adversario, no por su política o por su gestión, sino por sus formas, sin duda, a veces, un tanto descuidadas.