Jean-Baptiste Say fue un importante economista francés de la escuela clásica, que repartió sus sesenta y cinco años de vida de forma casi exacta entre los siglos XVIII y XIX. Su principal contribución al pensamiento económico fue la célebre ley que lleva su nombre, que, en síntesis, postula que la oferta crea su propia demanda: cuando se producen bienes, se generan ingresos por el valor de esa producción para una serie de individuos, que efectúan compras de otros bienes. De esta manera, no puede haber crisis de demanda en el mercado, siempre que haya producción. John Maynard Keynes, desde el punto de vista teórico, y la Gran Depresión, en la dura realidad, se encargaron de cuestionar la tesis del economista galo.

La ley de Say, considerada una de las piedras angulares de la Economía clásica, ha sido objeto de numerosas controversias a lo largo de la historia. Da la impresión, sin embargo, de que dicha formulación, si se admite la licencia de un símil, encuentra hoy nuevos campos donde reivindicar su validez. De manera específica, ¿cobra algún protagonismo en el ámbito de la información deportiva? A este respecto, se plantea la duda de si la demanda de información de las distintas disciplinas deportivas tiene un proceso de generación totalmente autónomo o si, por el contrario, una parte de la misma se alimenta por la abundante oferta informativa, que se vuelca en determinados deportes. En definitiva, ¿crea la oferta de información deportiva su propia demanda?

Pretender cuestionar la supremacía del fútbol dentro de las preferencias deportivas de la sociedad española sería bastante absurdo. Nada que objetar, pues, en principio, al destacado protagonismo de dicho deporte en los medios de comunicación. No obstante, pese a esa constatación acerca de su soberanía, no pueden dejar de apreciarse los grandes contrastes respecto a la atención que reciben otros deportes.

Así, pasando por el alto el hecho de que, en numerosas ocasiones, el término deporte sea en la práctica un estricto sinónimo de fútbol (nombre que ni siquiera se especifica frecuentemente –yendo más allá de los límites de la antonomasia– cuando se mencionan ligas, competiciones o campeonatos), este deporte es objeto de un generoso tratamiento informativo en cada jornada, con un detallado antes, un infalible durante y un minucioso después.

En contraposición, hay deportes que no disfrutan, no ya de preámbulos promocionales ni de complementos de análisis retrospectivos, sino ni siquiera de posibilidades de seguimiento –aunque sólo fuera parcial– radiofónico ni, por supuesto, televisivo, de los encuentros: no existe, pues, ni un antes, ni un durante y ni un después.

Qué duda cabe que, dentro de un mercado de la comunicación en el que, de una forma que dista bastante de ser perfecta, compiten entre sí diferentes especialidades deportivas, las cifras de audiencia son las que mandan y condicionan las programaciones de radio y televisión, así como las páginas de los diarios deportivos. De esta manera, sin embargo, el sistema tiende a generar círculos ´virtuosos´ y ´viciosos´: en unos casos, la demanda fomenta la oferta, que, a su vez, estimula la demanda, retroalimentándose mutuamente; en otros, una demanda que no llega al umbral de rentabilidad publicitaria aleja la oferta informativa, sin la cual tiende a debilitarse la demanda, generándose también una retroalimentación, pero, en este caso, con efectos negativos.

En este contexto, no deja de sorprender que se produzcan curiosas paradojas: en relación con algunos deportes, como el baloncesto, a pesar de los éxitos internacionales cosechados por la selección española y su importante presencia en la sociedad, es prácticamente imposible obtener información acerca del desarrollo de las competiciones nacionales en determinados medios, pero no faltan, sin embargo, abundantes noticias de los jugadores españoles de este mismo deporte que militan en la liga estadounidense.

Las caídas de la demanda agregada han desencadenado históricamente episodios de crisis económicas, que pudieron superarse mediante incrementos del gasto público. También ha habido otras crisis originadas en el lado de la oferta, cuya superación requería introducir cambios en esta vertiente. En el caso de los deportes, puede que algunas disciplinas, por su carácter muy minoritario, tengan difícil despegar de manera relevante, ya sea actúe por uno o por otro lado. Hay otras, sin embargo, en las que existe una demanda significativa, manifiesta o latente, que tal vez podría expandirse apreciablemente si, en primera instancia, recibieran un impulso desde el lado de la oferta informativa. Algunos deportes merecerían recibir ese apoyo, aunque sólo fuera con fines de experimentación, para contrastar, así, si existe alguna especie de ´ley de Say de la información deportiva´.

* Catedrático de Hacienda Pública de la Universidad de Málaga