Entretienen lo justo los tropezones de la campaña europea. Ves volar algo en el cielo y tienes que preguntarte si es un pájaro, un avión militar o Zapatero yendo de mitin. O tienes que valorar si es mejor el aborto o la pederastia, siempre respetando las tradiciones y el punto de vista de la iglesia católica y también si un obispo tiene más capacidad de estuprar que de interrumpir voluntariamente su embarazo no deseado.

Por lo demás, Europa sigue siendo un horizonte lejano. Físicamente, de geografía física, está claro que sigue siendo así pese a los vuelos de bajo coste. Europa se siente mucho mejor en Bélgica, cuando estás a una hora de tren limpio, puntual y frecuente, de cuatro países que cuando te encuentras en la periferia de la última península del continente.

En términos de geografía política es un proyecto que cuando le toca validarlo al pueblo –pocas veces– y dice "no" a la hora de comer se le sirve en puré para la cena. Lo que más nos aleja de Europa es que no se puede compartir un sueño cuando no se comparten las ficciones que lo conforman y las españolas son locales o estadounidenses: ignoramos todo del sentir alemán y de las ciudades checas, nosotros, qué tan bien entendemos cualquier tontería que le pase a Cameron Diaz y sabemos contestar que Cleveland está en Ohio y Denver en Colorado. Sea, parecerá, una vez más, poco serio pero el día que corone las diferentes audiencias locales un CSI Hamburgo seguido de un CSI Málaga y de un CSI Varsovia se habrá construido más Europa que con cualquier nuevo protocolo para echarnos del trabajo a menor coste, de esos que cuando les dices no a la hora del almuerzo te los vuelven a servir en puré para la cena.

Renunciemos, por tanto, a que las elecciones europeas sirvan para hablar de algo pero o mejora el guión o yo pienso irme a la campaña (de distracción) que mejor se está haciendo en la Unión Europea, la que se disputa en Italia, donde el avión presidencial lleva de Roma a Olbia a Silvio Berlusconi atendido por azafatas de televisión y todo el mundo acepta que el despegue en el espectáculo depende de la escena del sofá en la fiesta sarda, como en los viejos tiempos.