Casi todos los grandes conceptos tienen dobles lecturas y no hace mucho citaba aquí mismo los versos del poema Brtech titulado ´General´ que fue traducido y cantado creo que por Adolfo Celdrán: "Otra vez se oye hablar de grandeza / (Ana, no llores, el tendero nos fiará)./ Otra vez se oye hablar del honor / (Ana, no llores no podemos comer ya) etc.". Pues bien, ahora anda en juego entre los puristas de la cosa la lealtad del presidente de Castilla-La Mancha que ayer mismo daba una de cal y otra de arena: mientras insistía en la necesidad de pensar más en las generaciones que en la elecciones, más en resolver los problemas que en ganar votos, reconocía que tal vez su consejo de remodelar el Gobierno de la nación después del semestre y hacerlo más ajustado a las necesidades, no fue muy ´oportuno´. Y la pregunta es ¿por qué no? ¿Acaso porque unos cuantos hayan salido en defensa de lo que todos vemos desde fuera como un error? ¿Es que acaso la lealtad, la verdadera lealtad es decir amén incluso cuando el líder se equivoca?

Y lo malo –lo peor– son los argumentos que desde dentro del PSOE se contraponen al comentario de Barreda: que si no conviene meterse en las facultades del presidente del Gobierno, que si lo dicho ha sido echar más leña al fuego, que si la lealtad, siempre la lealtad para encubrir tantas y tantas cobardías.

La única lealtad de Barreda y, naturalmente, de muchos de los que le critican, incide directamente en los electores en primer lugar. En nombre de esos electores no sólo pueden sino que deben decir lo que piensan. La segunda lealtad –muy lejos ya de esa primera– la deben tener con su propio partido y, una vez más, volvemos a la falta de debate en el seno del PSOE. No es mejor socialista el que dice que sí a todo y aplaude incluso lo que no cree; ver cómo se hunden poco a poco una siglas y no decir nada, eso sí es desleal porque el PSOE, gracias a Dios o al Deuteronomio, no es Rodríguez Zapatero sino once millones de votantes y más de un siglo de historia. Ahí está su fuerza y al final ZP no será sino una anécdota moderadamente calamitosa en ese largo devenir. Y por eso no sólo es bueno discrepar, aconsejar, criticar y debatir: es absolutamente necesario.

Lo único que acepto de los críticos con Barreda es que le echen en cara que las cosas que pueda decir en los medios no las argumente en Ferraz. Pero a eso ya estamos acostumbrados. Había que oír lo que decían los Ibarra, Bono y demás familia en el portal de la sede y el silencio que luego mantenían en las reuniones del Comité Federal. No está mal que el antecesor de Barreda, el señor Bono, opine que hay que cambiar el sistema electoral y que los diputados deberían estar más pendientes de quienes les eligen que de quienes les ponen en las listas. Pues adelante, a plantearlo en la próxima reunión y a ver qué pasa. Pero esto no lo veremos. Ningún partido está por la labor no ya de ser realmente democrático, es que les da igual parecerlo. Al final tendremos que ser los ciudadanos los que cambiemos un panorama que hoy por hoy es desolador. El problema es cómo hacerlo porque han sido los propios partidos, y muy especialmente la izquierda, la que se ha encargado de laminar lo que ella misma había creado antes de pisar poder: un asociacionismo que hoy es pura utopía.