Escuchamos estos días, y no solamente a destacados miembros de la oposición, hablar de la conveniencia de que Zapatero convoque elecciones anticipadas. Son voces que ligan este adelanto a un posible colapso financiero, concepto que hace fortuna entre los muchos agoreros que pueblan este país nuestro, hoy inmerso en el ´nacional-pesimismo´.

La propia Esperanza Aguirre ha insinuado que Zapatero podría ´rendirse´ y disolver anticipadamente las cámaras legislativas, por lo que el PP ´tiene que estar preparado´ por si tuviese que "tomar las riendas de la situación" ante un adelanto de las elecciones. Y Rajoy, que no ha entrado explícitamente en este terreno –cosa que sí ha hecho, en cambio, Esteban González Pons–, no perdió el tiempo a la hora de presentarse como ´alternativa´ hablando desde el atril de La Moncloa inmediatamente después de su encuentro con Zapatero.

Sé que contradigo a bastantes tertulianos y columnistas, pero me parece altamente inconveniente barajar la idea de un adelanto electoral precisamente ahora. Es más: pienso que sería la peor de las fórmulas posibles, porque una campaña electoral implica división cuando ahora lo que se necesita es unidad; e implica relajo en la Administración, distraída en otras cosas, cuando precisamente en estos momentos es preciso mantener toda la atención en el rumbo. De acuerdo: la ´fórmula económica Zapatero´ parece agotada, y eso es fuente de desánimo para no pocos españoles. Pero reconozca usted conmigo que las encuestas tampoco indican que los ciudadanos pongan demasiadas esperanzas en Rajoy. No creo, sinceramente, que ninguno de los dos, por separado, sea capaz de insuflar nuevas esperanzas a un país escéptico. Mucho más sencillo y útil sería ver a los dos remando en la misma dirección; al menos, mientras haya que convencer a los ciudadanos de que los posibles sacrificios económicos serán necesarios para mantener a España como la gran nación que ha sido y sigue siendo.

Pero claro, ya vimos hasta dónde llegan las cumbres en La Moncloa: a vestir el muñeco con acuerdos que ya estaban sobre la mesa y, aparentemente, nada más. No entiendo cómo es posible que incluso los optimistas inveterados, como yo mismo confieso serlo, no hayamos tirado aún la toalla.