Si te pones a explicar la enfermedad de un amigo también a ti te afectan los síntomas. Los sientes como sufrimiento propio, sólo de contarlos. De hecho tiendes a bajar la voz, creyendo que así los minimizas y, por supuesto, siempre te aferras a la esperanza de la curación, incluso cuando temes el peor desenlace de una larga y penosa enfermedad.

Podemos aceptar sin esfuerzo la metáfora del amigo, o algo más, aplicada a nuestro país. Antes se hablaba de la madre patria. Pues bien, si se trata de la economía nacional, seriamente enferma, algunos explican los síntomas con todo lujo de detalles, no se dejan uno y alzan la voz para asegurarse del impacto de las malas noticias en el ánimo de todos y cada uno de los españoles, especialmente de los más castigados por la crisis. Suele ocurrir cuando no se les ve como ciudadanos, trabajadores o miembros de una familia, sino solo como votantes.

Me refiero a un discurso habitual en los consabidos ámbitos políticos y mediáticos de nuestro donde las malas noticias parecen bienvenidas por el modo de recrearse en su descripción y por la viveza con que se pregonan. Al discurso siempre va cosido un diagnóstico fatalista y una bronca añadida al facultativo. En el médico, o el piloto de la nave si se prefiere, se concentra el cien por cien de la responsabilidad y, por supuesto, el cien por cien de la culpa.

El facultativo, o el piloto, como se habría deducido fácilmente, es el presidente del Gobierno de la Nación, José Luis Rodríguez Zapatero, sobre el que la principal fuerza política de la oposición ha decretado tan abrumadora concentración de tiro –tiro verbal, se entiende–, que su caída aparece como única y real solución de nuestros males. Cuando Zapatero salga de Moncloa, comenzará la recuperación económica y todos seremos felices. Es idea central en el discurso del fatalismo que cultiva el PP. Quedó verbalizada en un lema de consumo rápido: "Todos los parados tendrán el empleo cuando Zapatero pierda el suyo".

Hay un punto de irracionalidad y de colisión con el sentido común en esa ofensiva contra el adversario político que no repara en daños colaterales sobre la imagen de España en el exterior y sobre el estado de ánimo de los españoles, que a veces se dirán hacia sus adentros que no estamos tan mal como se dice. Y tal vez duden de si realmente todo se arreglará echando a Zapatero de la Moncloa. Por lo tanto, el PP debería modular su ofensiva contra el Gobierno, so pena de que se le pueda empezar a volver en contra.

El último ejemplo lo encontramos en el reciente encuentro de Zapatero con Rajoy. El líder del PP perdió la ocasión de unir su voz a la del presidente del Gobierno desmentir los rumores que tanto daño hicieron durante unas horas a la imagen de la economía nacional. Prefirió hacer campaña y presentar por enésima vez su candidatura.