A cualquiera que le pregunten, oiga, está usted de acuerdo con retrasar la edad de jubilación para hacer sostenible el sistema de pensiones públicas (o para que todos los viejecitos tengan ayuda o residencia por la ley de Dependencia, o para que en los hogares con todos sus miembros no falte el subsidio, o para cubrir los recursos humanos y materiales de protección contra los malos tratos, para causas así). ¿A que cuesta pensar en alguien que respondiese una pregunta así con un no? Cualquiera diría que sí... si tuviéramos la garantía de que ese dinero era para esa cosa y el sacrificio se correspondía con el fin, claro. Ocurre, sin embargo, que corren tiempos en que recelar de la palabra de los dirigentes políticos es moneda común. Y digo ´con razón´, no porque yo sea de las que generalizan y tacha de corruptos a ´los políticos´. Doy la razón a los que mal piensan, porque la complacencia de los partidos con ´sus corruptos´ –cuando no la complicidad– hace que salvo excepciones queden impunes. Para desánimo del simple ciudadano al que ´crujen´ si se pasa tres metros en el límite de velocidad o se equivoca al declarar sus impuestos. En plena campaña del IRPF, argumentos como que los dirigentes de los partidos no se emplean a fondo contra ´sus´ corruptos porque los ciudadanos no castigan en las urnas la corrupción política a mí me resultan insultantes y cínicos. Culpar a la sociedad de este cáncer de la democracia, la corrupción política, es indignante. Estos días vuelve a oírse en las tertulias, a propósitos de trajes, viajes o pisos, que igual da. Da igual de que siglas se trate: todas tendrían que arrojar a ´sus golfos´ a las tinieblas exteriores sin dudar. Ocurre, claro, que la única forma de desmentir que a la gente nos da igual es no votar a los apandadores ni las siglas que les amparen. Vengan de donde vengan. Si no, tendrán razón al insultarnos los cínicos.