Como estamos en crisis, prohibamos el burka. Como el Estado aun va a recortar unos cuántos miles de millones de euros más en gasto social para cumplir las exigencias de Bruselas, convirtamos el burka en el tema más urgente de la agenda política. Como el recorte se contagiará a los ayuntamientos, emprendamos justamente ahora una cruzada por desterrar de los espacios municipales esta prenda de vestir que (¡sin ninguna duda!) simboliza la discriminación absoluta de la mujer. Como el recorte llegará a las comunidades autónomas, llevemos el debate del burka también a los parlamentos autonómicos, y dividámonos apasionadamente entre detractores y partidarios de la prohibición (no del burka, que sólo tiene partidarios entre los integristas más retrógrados). Como los ciudadanos van a recibir de lo lindo y de todos lados por culpa del recorte, hagamos del burka el objeto prioritario de debate en las tertulias y en los espacios de participación digital y audiovisual. Como los recortes suplementarios pondrán a los ciudadanos todavía de peor humor (si cabe), procuremos que canalicen sus iras hacia el burka y todo lo que simboliza. Somos demasiado civilizados por descargar nuestro malestar socioeconómico sobre los inmigrantes en general y los musulmanes en particular. Por lo menos, públicamente; fuera de las escenografías institucionales, en casa, en el bar, en la partida de mus, las cosas van de otro modo. Pero las barbaridades que se escuchan en los espacios de cotidianidad no pueden saltar, con toda su zafiedad, a los plenos municipales, a las cámaras parlamentarias, a las páginas de los periódicos, a los programas de televisión, porque el espejo de la verdad nos pondría los pelos de punta. De manera que se busca una diana aceptable, un muñeco para hacer vudú, y se encuentra el burka, porque rechazarlo y perseguirlo es racionalmente aceptable: no hay ninguna duda de que su existencia implica un estado de sumisión de la mujer que nuestra sociedad no puede tolerar. Probablemente, la simple prohibición no eliminará ni la prenda ni la causa: el hombre capaz de imponer ambos a su mujer la encerrará ahora en casa, y la mujer educada para aceptar ambos aceptará también la reclusión. ¿Qué habremos solucionado? Quizás nada. Pero nos habremos quedado la mar de descansados con un contundente «qué se han creído». Al menos, en eso habrá quedado claro quien manda. Y ahora que sabemos que mandamos en eso, preparémonos a ser mandados en todo lo demás: del FMI para abajo, la cadena de imposiciones recorrerá todos los niveles de servicio público; empezará con la edad de jubilación y acabará con la guardería municipal que de momento no se va a construir, y por lo tanto no se podrá entrar con burka... ni sin él.