El piquete de información es a la Información, lo que la Justicia Militar es a la Justicia. Y, sin embargo, creo que es necesaria esa forma de presión, siempre y cuando no traspase los límites de la corrección y convierta el asumido eufemismo de lo informativo en un acto de repugnante violencia.

El piquete informativo debería recordar, como la policía, que no se bebe cuando se está de servicio, y que cumplida la coerción con el compañero trabajador –porque es compañero y trabajador–, acaba su misión, y cualquier prolongación es autoritarismo tan intolerable como el posible autoritarismo que haya causado la huelga.

Tengo en la familia a alguien a quien le costó caro, en tiempos revueltos, pertenecer a la UGT, pero eso no quiere decir que las actuaciones sindicales tengan bula y estén exentas de las normas de convivencia.

Me han entristecido las alusiones testiculares de algunos dirigentes sindicales del metro, porque la vociferante amenaza sobre el tocamiento de gónadas no ayuda a la causa y es un mal síntoma. Me ha causado perplejidad el lema del comité: «Esperancita: si me quitas el cinco por el culo te la hinco», tan grosero y tabernario que no sé cómo no avergüenza a los representados, y que me imagino que dirigida a otra mujer, pongamos Bibiana, María Teresa, Elena hubiera suscitado un reproche feminista de considerables dimensiones.

Admito la pervivencia del piquete, bajo el disimulo de la información, porque tampoco los trabajadores tienen muchas oportunidades de ejercer presión, pero rechazo la ordinariez y la vulgaridad, porque ya sabemos que un sindicalista no es un miembro del cuerpo diplomático, pero tampoco puede ser un desabrido gamberro, ni un tosco insolente cobijado bajo unas siglas que muchos respetamos.