Grigori Perelman, un matemático ruso de 44 años, se hizo acreedor hace unas semanas al denominado Premio del Milenio al resolver la llamada Conjetura de Poincaré, que era, según el Instituto Clay que lo convocaba, uno de los siete mayores enigmas matemáticos del siglo XXI. Perelman, sin embargo, y después de tener en vilo a la comunidad científica durante todo este tiempo, ha acabado rechazando el millón de dólares que le correspondía. En el 2006 ya había rechazado la Medalla Fields, que en esa ocasión se entregaba en Madrid y que es la más prestigiosa del mundo para un matemático. Y no es que le sobre el dinero: en la actualidad vive en un pequeño apartamento a las afueras de San Petersburgo con su madre, subsistiendo ambos con una pequeña pensión que tiene ella y con algunas clases particulares que da él.

Aunque sea difícil sacar conclusiones sobre él como persona a causa de la distancia y de la falta de datos, el hecho de que alguien en sus condiciones no acepte un millón de dólares, que vienen a ser unos ochocientos mil euros, me parece ejemplar en un mundo en el que a la inmensa mayoría sólo le interesa el dinero y luego, subordinado a éste, todo lo demás. En lo que podría formularse como Conjetura Perelman, la equis o incónita a despejar tendría que salir de barajar las siguientes variables: el dinero, la fama, la libertad, la creatividad, la paz interior, la genialidad, la locura y la historia. Cualquier solución válida, y seguro que hay más de una, debe cumplir la condición de que ninguna de las dos primeras variables, el dinero y la fama, se salgan, como suelen, con la suya de poner a las demás a desfilar detrás de ellas como soldaditos adiestrados. Además, y como condición complementaria de ésta, ha de pensarse en algunas aplicaciones prácticas derivadas de la solución de esta conjetura (¿explica o provoca la sonrisa de un niño, desvela la receta del elixir de la inmortalidad, ayuda a dar las coordenadas del lugar donde se hundió la Atlántida, mejora las caricias de los amantes?), ya que si, como tantas otras, se acaba quedando como un juguete para teóricos que no puede usarse en la vida real, la solución propuesta quedará invalidada. La Conjetura Perelman no hará rico a quien la resuelva (lo contrario hubiera sido incoherente y un insulto a quien le da nombre), pero sí más feliz, más autónomo, más humano, más inteligente. O quizás tendríamos que plantearlo al revés: sólo alguien de verdad feliz, autónomo, humano e inteligente estaría capacitado para resolver la Conjetura Perelman y cualquier otra conjetura que le salga al paso.

La matemática y la poesía, como sabemos desde el inicio de los tiempos, son dos ramas de un mismo tronco. Por eso Grigori Perelman me recuerda a muchos poetas de la historia, de hecho a varios de los más grandes (Pessoa, Cavafis, el Ovidio del exilio, el Quevedo del confinamiento, Rimbaud, Michaux), todos los cuales supieron esto: que el dinero y la fama aburguesan el alma, que por culpa de ellos, y con poquísimas excepciones, ésta pierde chispa, gracia, imaginación, libertad de movimientos, deseo, impulso, verdad o infinito. Para resolver la Conjetura Perelman, por tanto, bastaría con ser uno un poco poeta y empatizar con este tipo que, según la única foto que reproducen los medios una y otra vez, viste ropas humildes, mira de frente con unos ojos de hipnotizador y tiene una barba y unas cejas muy pobladas.