La moda de la cuantificación ha llevado a que se ofrezcan indicadores numéricos de la calidad de la democracia; un asunto que así, a bote pronto, se diría que da para pocos artilugios aritméticos. El economista Robert Klitgaard ha llegado a proponer hasta una ecuación encaminada a evaluar el mayor problema para la convivencia democrática y libre de sobresaltos, que no es otro que el de la corrupción. Según Klitgaard, C= M + A - T, donde C es corrupción, M, monopolio, A, arbitrariedad y T, transparencia. Semejante fórmula, digna de Pero Grullo, sólo dice que cuanta menos arbitrariedad y monopolios haya, y más transparencia abunde, mejor nos irán las cosas. Pero para sacar conclusiones así no hacía falta recurrir al álgebra; con el sentido común, sobra. Y éste dicta que, para poder presumir de cultura matemática, sería cosa de precisar un poco más las constantes que prestan sus matices a la ecuación de Klitgaard.

Tendríamos que disponer de algo así como el equivalente al cuanto elemental de Planck, el parámetro que define las relaciones existentes entre energía y frecuencia en una onda de luz. O, al menos, saber qué tiene mayor peso en la tentación para aceptar sobornos: qué el monopolio sea firme o que sus manejos resulten oscuros. Parece evidente que la dificultad de medir en términos numéricos cosas como la arbitrariedad y la transparencia lleva a que resulte casi imposible compararlas más allá de los enunciados cualitativos. Con el añadido de que el recurso más arbitrario y monopolístico que hay en democracia es el decreto-ley.

Pese a que esos pormenores dejan en pura metáfora la idea misma de sacar ecuaciones capaces de medir el grado de satisfacción democrática, la universidad de Essex dio hace años con un procedimiento destinado a evaluarla y, desde entonces. Lo malo es que el protocolo se basa en encuestas en las que el salto de lo cualitativo a lo cuantitativo sigue el sistema común: solicitar al encuestado que puntúe en una escala numérica una serie de cuestiones como si el Estado y la sociedad están sujetos a la ley. Cada una de esas preguntas daría para varias tesis doctorales pero queda al final reducida a un simple guarismo. Una nota que, sumada a las demás, da el nivel de la calidad democrática. La Fundación Alternativas acaba de bajar la nota de la democracia española de 6,2 a 5,8, por culpa de la corrupción.

Pero se me hace que ésta es la misma que hace cinco o diez años. Lo único que cambia es que los fiscales y jueces hacen ahora mejor su trabajo y los corruptos son imputados. Conclusión inevitable del análisis de este asunto: suspendiendo, seríamos más felices.