Y de repente, la sorpresa porque en la televisión tengan cabida personas que de verdad tienen cosas que decir, y no sólo saben de lo que hablan sino que saben decirlo con rico vocabulario, pensando lo que dicen, con la vehemencia justa que da la pasión sobre lo dicho para mejorar lo que nos rodea. El domingo por la tarde, así, desganado, pulsé el botón de la tele. Y en primer plano hablaba un hombre, le di volumen y escuché lo que decía, y lo que preguntaba quien le preguntaba. El hombre habló, como si lo hiciera de un vecino, de Homero, y de Heidegger, y de la permanencia de Platón, y del azahar, y del recuerdo infantil del olor de la carroña humana pudriéndose en las calles madrileñas bombardeadas durante la guerra, y de la importancia del lenguaje, que es la vida, y de los libros, que también son la vida, sus compañeros de viaje.

En La 2, en un plató sin estridencias, con una realización clásica, plano, contraplano, primeros planos de una mano, de un lápiz, con leves movimientos de cámara, con algún plano general que sitúa al espectador en el ambiente de austera modernidad donde se desarrolla la conversación, tiene lugar La entrevista. Hasta el nombre del programa es un nombre sin alardes. David Cantero suelta las preguntas con humildad, como el pie que se da al compañero de escena, y Emilio Lledó, sabio y sereno, contesta y pasma, demostrando que el poso de los libros, sus compañeros de viaje, han dejado una huella que no sólo no es pedante sino que tiene vocación pedagógica, ese regusto del que fuera profesor durante tantos años. Dijo que la televisión es el gran educador contemporáneo con una influencia extraordinaria. Lástima que la audiencia elija a otros profesores.