El barómetro del CIS correspondiente al mes pasado coloca al paro (75,9%) como el principal problema de los españoles y detecta un incremento del pesimismo ciudadano ante el futuro. Hay otras cuestiones que siempre hemos creído esenciales que caen al abismo de los olvidados como el terrorismo (7%), la educación (3,3 %), las pensiones (2,9%), la violencia contra la mujer (1,2%) o el Estatuto de Cataluña (2%). Y entre todo este refrito de datos sorprende la confirmación de que la clase política es considerada por los encuestados como el tercer problema del país (20,7%). Es la cota más alta desde 1995, los últimos años de Felipe González, dominados por los escándalos y la crispación política. Es decir, que se pone en duda que los políticos sean los que buscan soluciones y que, por el contrario, forman parte del problema. Si nos fiamos del barómetro, y no hay motivos objetivos para no hacerlo, y comparamos la percepción que tienen los ciudadanos de sus verdaderos problemas con los debates que a diario mantiene la clase política, llegamos a la conclusión de que el político y los partidos están alejados de la realidad. Son contadas las ocasiones que en Málaga, por descender a nuestro ámbito local, se abre una ventana al debate sobre el empleo o sobre las potencialidades y carencias de nuestro tejido económico, sobre cuál es el plan para el futuro. Nos entretienen con fuegos fatuos, con planes institucionales de ajuste económico que son cuatro duros mal contados; con el cansino y artificioso asunto de los chiringuitos; con que si tienes que limpiar tú las playas y no yo; que cuantas carreteras os hacemos para que veáis lo buenos que somos -como si el dinero fuera suyo–; esos alardes intelectuales llenos de contradicciones de que los localismos son catetos o con la mayor pesadilla de nuestros días: el cansino y abrumador laberinto del PGOU de Málaga. Y del Puerto ni hablamos, la ineficacia sin medida.

Por cierto, que uno de los detalles que evidencia el distanciamiento de la sociedad de algunos políticos es ese furor repentino que les ha entrado por tener un blog o un perfil en una red social. Podría ser una buena idea si les interesara lo que dicen los demás, si curioseasen en sus necesidades o inquietudes, si se empaparan de cómo respira el personal, pero utilizan estos nuevos medios de comunicación para las viejas obsesiones propagandísticas, la mayoría, además, impersonales, precocinadas en los despachos de los partidos.

Los elegimos democráticamente, pero quizá haya que ir pensando en un procedimiento que nos permita elegir algo más que una lista cerrada confeccionada con sabe dios qué criterios.