La celebración del campeonato mundial de fútbol de Sudáfrica y su desarrollo está removiendo pasiones y banderas. No cabe duda de que el deporte de Maradona está muy bien estudiado y acaba por encandilar hasta a los no aficionados. Si a ello añadimos que la Selección Española se ha clasificado para la final (hoy), el campeonato se ha convertido en el anhelo de la inmensa mayoría de los ciudadanos, que ven en el juego y la victoria al mismísimo honor patrio. Es una ola que nos lleva, nos enfervoriza y nos pinta la cara de amarillo y rojo, no hay taxi sin bandera de España ni una sola fachada sin una o varias enseñas en prácticamente todo el país. Así se ha dado también en las zonas más encendidamente nacionalistas, nada ha resistido al empuje de los futbolistas, de su equipación y de su tiki-taka. Quizá por eso algunos dirigentes políticos que no adoran precisamente esta suerte de integración andan mostrando su pavor con exhibiciones de imparcialidad algo patéticas.

Somos algo complejos y llamar «la roja» a la selección se ha convertido en lenguaje obligado para publicar, que unos usan porque sí, otros con su intención y otros reniegan.

Esta mezcla de superficialidad y trascendencia que puede arrancarnos sonrisas y lágrimas pone de manifiesto que nuestra naturaleza está siempre al alcance de los impulsos –importantes o no– que generan los acontecimientos y las circunstancias. La actual situación económica y social de crisis y la polémica política cotidiana mezclan sus efluvios con el irrefrenable deseo de ganar al fútbol. Y la importancia del devenir de todo ello se entrecruza con la misma graduación de importancia.

El miércoles siete de julio la Selección ganó a la correspondiente de Alemania en un bonito partido con un bello estilo de juego. La euforia, los gritos y el contento se extendieron por todos los pueblos y ciudades sin excepción, y la tele casi revienta por su amplísima e histórica audiencia. La Reina de España, Doña Sofía, asistió al partido y celebró el gol y el triunfo con su gran elegancia habitual. Tras el evento, un vídeo nos mostró la visita que S.M. hizo a un vestuario lleno de protagonistas de la victoria, de júbilo y de innumerables curiosos que nos parapetábamos tras las cámaras. La Reina fue amable, cariñosa y natural. Aplaudió sin cesar, saludó a los jugadores y al entrenador uno por uno y les felicitó en nombre del Rey, los Príncipes, las Infantas y... de toda España. Nos hizo sentir allí, nos representó como nadie podía hacerlo y nos convenció de que España es posible. Muchos entendieron la Monarquía, su significado y su papel, el pasado miércoles.

La vida, sus hechos más importantes, sus momentos divertidos y amargos, los grandes y los pequeños detalles, todo es parte de lo mismo, de una existencia sorprendente, breve e intensa y que tiene un propósito primero y principalísimo: sonreír mucho, cuanto más mejor.