Hubo un tiempo en el que casi toda mi vida giraba en torno al fútbol. Me sabía prácticamente las alineaciones de toda la Primera División, los goleadores, el calendario, el historial y la biografía de demasiados jugadores… Eran los tiempos de Luis Enrique, Guardiola, Hierro, Ferrer, Nadal, Amavisca, Alfonso, Kiko… Tiempos de Raúl casi niño, de dobletes del Atleti, del Athletic de Julen Guerrero. Tiempos muy lejanos ya. Esos del codazo de Tasotti y las eliminaciones clásicas del «jugamos como nunca, perdimos como siempre». Por eso he de confesar que todavía me puede el pesimismo, aunque estemos a muy pocas horas de jugar la final del Mundial. Me cuesta ser optimista. Pura superstición y mi memoria histórica. Por supuesto, ansío una victoria, un buen resultado que nos permita olvidarnos por un rato de esta racha mala que todos llevamos a cuestas. Quiero un gol de Villa y otro de Torres y no me importaría ver un tanto de Xabi Alonso o de Ramos, que ya se lo merece. Quiero que esta selección me permita soñar. Y que durante unos días las portadas de los periódicos, las televisiones, los informativos de la radio no hablen de lo de siempre. No creo que una victoria nos haga superar la crisis económica, como esperan algunos políticos, pero sí con eso nos libramos de abordar de nuevo el plan del Puerto, el estatut, las previsiones económicas, las cajas o el PGOU ya será un logro.

Pero, insisto, me puede el pesimismo, porque viendo el panorama que nos rodea no lo puedo evitar. En esta provincia que nos ha tocado, la locomotora del sur de Europa, la capital económica andaluza, el centro del turismo y todos esos tópicos ya sabidos, ser pesimista es casi una obligación. ¿Para que vamos a ser positivos si las cosas apenas nos salen bien? ¿Para que creer en esa Málaga que nos dibujan a golpe de infografía si después somos incapaces de concretar lo que queremos? A ver, si toda la sociedad, o por lo menos esa que tiene voz y mando, no quiere el súper en el Puerto, ¿por qué no se toma una decisión en ese sentido ya? Supongo que por lo mismo por lo que nadie se termina de aclarar sobre qué se quiere para La Unión, para la Carretera de Cádiz, para el PGOU (por favor, que lo aprueben el día 16 en el pleno, porque otro enfrentamiento Junta-Ayuntamiento sonaría ya a chufla) o para el futuro urbanístico de nuestros pueblos.

Esta Málaga que puede ver proyectos ralentizados si se cumple el anuncio del ministro José Blanco (últimamente hay que echarse a temblar cada vez que habla) necesita un verdadero empujón, el definitivo, el del consenso. No estaría mal que se imbuyera del espíritu de la selección, de la furia roja a la que alaba la prensa internacional, para que por una vez alguien creyera en nuestras potencialidades, que tenemos y muchas, y las hiciera realidad sin peleas y largas esperas. No voy a hablar más de lo que pasará esta noche en Sudáfrica, porque me pueden el pesimismo genético y la superstición. Pero me gustaría creer. Creer que es posible. Por una vez no me importaría ser abducida por la alegría. Tengo un amigo que dice que el fútbol te deja de interesar cuando los jugadores empiezan a ser más jóvenes que tú. Pero a él le sigue gustando ver el balón rodar por el césped. Y a mí, que soy muy básica para muchas cosas, también.

Otro domingo de fútbol. El primero. Disfruten del partido. Yo ya estoy intentando dominar mis nervios y mi pesimismo. Que podamos.