Siempre me pareció algo mágico que me pagaran por escribir en los periódicos cuando, décadas atrás, en una reencarnación anterior, llegue a vivir bastante bien de la pluma. Era como un placer doblemente recompensado. Hoy en día me resulta más sorprendente aún que remuneren al personal por parlotear en tertulias mediáticas y supuestos debates televisivos, y televisados. El más anodino de los columnistas precisa al menos teclear sus ocurrencias, y darle un repaso después. El tertuliano no necesita prestar atención a la sintaxis, ni poner correctamente las tildes, solo disponer de una buena garganta.

Las tertulias políticas no dan sorpresas. Enunciado el tema, ya sabemos por dónde echará a andar cada uno de los celebrantes, y raramente ocurre lo contrario, tratándose de políticos y periodistas, que a veces viene a ser lo mismo. Los ejecutivos de las teles deberían corregir esta aburrida previsibilidad, tan perjudicial para retener a la audiencia. Podrían aprender de Gran Hermano, y otros formatos, donde cuando menos te lo esperas te nominan vivo o te montan un guirigay a cuenta de nada. La cháchara mediática ha creado una casta de opinadores profesionales, fosilizados en los clichés habituales, y marcialmente alineados con las tesis y manías de la derecha y de la izquierda. Sustituyen a los políticos, a la hora de vender el género a las masas, o lo que sea, y las discrepancias entre ellos se resuelven a veces en medio de un griterío entrecortado que le da al coloquio un aire como de ópera atonal.

El intercambio de parejas triunfa mucho en internet, y en los locales de sexo libre conocidos como clubes liberales. Algunas amistades que lo han practicado se hacen cruces de sus bondades terapeúticas para prolongar la vida en común, a menudo tan compleja. Igual que los maridos se intercambian a las señoras en esos recintos de atractiva perdición, potenciando la creatividad sexual, y dándose ánimos para soportarse el resto de la semana, o de la vida, sería también muy estimulante que los tertulianos proclamaran el Día del Intercambio Ideológico. Una jornada dedicada al adulterio doctrinal consentido, a poner del revés tópicos y querencias, en la que cada cuál asumiría por unas horas la ideas y las neuras del otro.

Seguro que los contertulios podrían descubrir nuevos mundos dialécticos en su interior, si permutaran su ubicación ideológica y sus inquinas, aunque fuera por unas horas, o por un solo programa. Imaginen un sábado noche en «La Noria», esa cumbre del debate político nacional a grito pelado, a Enric Sopena argumentando frenético que el aborto es un crimen, y con Alfonso Rojo desgañitándose en favor de la honradez de José Bono. Sería muy impactante, y creo que me desmayaría ante el plasma, si apareciera María Antonia Iglesias reconociéndole alguna virtud al PP, y criticando un minuto a Zapatero, uuuuffffff. O a los de Intereconomía, tan aburridamente monotemáticos en contra la izquierda, aprobando alguna acción del gobierno. Por cierto, últimamente, desde que llamaron sodomita a un gay, veo esa tertulia con óptica «kischt» y me encanta. Me resulta tan difícil imaginar que todo en la derecha española es horror y espanto como pensar el universo sin la fuerza de la gravedad. Y lo mismo diría de los socialistas en el gobierno. Hasta Zapatero debe tener su lado bueno, si se busca bien. Un poco de adulterio ideológico, de vez en cuando, resultaría mucho más verosímil, más como la vida misma, y nos mantendría también más atentos a la pantalla.