A propósito del pulpo

Cierta prestigiosa periodista, glosando y apoyándose en un interesante libro escrito por un estudioso de la comunicación, Giancarlo Livraghi, titulado El poder de la estupidez, ridiculiza y critica la incomprensible fama adquirida por un pulpo, habitante de un acuario existente en Oberhausen (Alemania), al que un espabilado visionario le ha adjudicado poderes paranormales, que en este caso, al estar relacionados con sus augurios sobre los resultados de los partidos del reciente Campeonato Mundial de Fútbol, sus presuntos aciertos, han sido considerados como sobrenaturales.

Lucía Méndez, que así se llama la inteligente periodista, con manifiesta buena voluntad, afirma que el Oráculo de Oberhausen, es ya más famoso que el de Delfos, al cual acudían las madres griegas para consultar si sus hijos volverían vivos de la guerra. Que nadie lo dude. La existencia de Delfos sólo es conocido por unos miles de ciudadanos, no muchos, pero Paul, que así se llama el cefalópodo adivino, goza de tal popularidad, que sus seguidores se cuentan por millones. Sin ir más lejos, las evoluciones tentaculares de Paul fueron comentadas y observadas con tal atención y rigor, que ya quisieran para si los diputados y senadores de nuestras respectivas Cámaras.

Pretender comparar la atención concitada por los augurios deportivos de Paul con el debate sobre el estado de la Nación, sería todo un insulto; lógicamente para el pulpo...

Más de uno creíamos que con el invento de la insufrible vuvuzela, el cupo de estupideces quedaría cubierto pero para desgracia nuestra no ha sido así. Quien mejor ha definido esta locura colectiva suscitada por el octópodo ha sido el jugador Carlos Marchena al contestar: «Bueno, es un pulpo». Celebremos que todavía quedan personas sensatas en este país nuestro. Jose-Tomás Cruz Varela. Málaga