Tras el Mundial de Fútbol, resulta difícil no observarlo todo en términos de competición. O sea, quién gana y quién pierde. Es decir, triunfadores y fracasados. Las reglas del fútbol, según algunos, son casi perfectas en la medida en que reproducen las proporciones en las que en la vida intervienen la sabiduría, el azar, la buena suerte, la bondad, la estrategia, la fuerza física, la potencia mental…. Todo eso, y más, se pone en juego en un partido de fútbol. También en la vida, porque en la vida hay movimientos comparables al fuera de juego y al saque de esquina, y al penalti y, desde luego, al gol. En el largo plazo, nos gusta suponer que gana el mejor (véase el Barça), pero en el día a día puede llevarse el gato al agua el malo. Comparar la vida con el fútbol, en fin, está de moda. Lo que pasa es que a veces, en lugar de comparar, se equipara. Equiparar, es un modo de largarse al otro lado del espejo.

El ínclito (signifique lo que signifique esta palabra) Esteban González Pons, aseguró antes de que comenzara el partido (perdón, el debate) que Rajoy era a la política lo que Del Bosque al fútbol. Lo decía, inevitablemente, desde el otro lado del espejo. En el otro lado del espejo, si ustedes han leído el libro de Lewis Carroll, todo sucede al revés, es decir, al séver. Si te aproximas, te alejas; si subes, bajas; si miras a la izquierda, ves lo que sucede a la derecha. Y así de forma sucesiva. En A través del espejo, hay una mermelada que sólo se toma ayer o mañana, nunca hoy. En el Congreso, la sensatez tampoco es nunca para hoy.

El problema es que en este lado del espejo, donde vivimos el resto de los mortales, paro significa paro y demagogia significa demagogia y metro significa metro y, autobús, autobús. En este lado, hace calor al sol y fresco a la sombra. En este lado, la vida es dura para los más y blanda para los menos. En este lado no te recoge cada día un coche oficial. En este lado, si quieres una tortilla, has de romper el huevo. Y, si quieres un discurso, has de escribírtelo tú mismo. En este lado, tenemos con demasiada frecuencia la impresión de que nuestro Parlamento está en otro lado y de que Soraya Sáenz de Santamaría (también ínclita) empieza a comportarse como una Alicia desquiciada.