El verano en el Norte tiene el aliciente añadido de los días sin carácter, raros en la España interior, donde el sol y la luz no dan tregua. Ayer medio cielo estaba ocupado por las nubes, y el otro medio era de un azul desvaído, sin que ninguna de las dos partes en liza mostrara interés en ganar la batalla. En consonancia, nublados y sol se alternaban, como si entre ellos hubiera un pacto. En la playa había la gente justa para que ni apareciera desolada ni pletórica. Los presentes, a juego con el clima, mostraban una indolencia manifiesta, sin esa absurda exultancia de los cuerpos en hervor, pero gozando discretamente de la clemencia general. La mar no mostraba signo alguno de laboriosidad, ni siquiera de agitación interior, y se hacia cargo de la angustia de los cuerpos, en su constante intercambio con ellos, como un masajista desganado, o un clérigo sin fe cuando escucha los pecados.