El ciclismo es un fiel reflejo de la vida. Es una tremenda lucha diaria de superación, con los demás y, lo más importante, con uno mismo. Cada etapa en llano es el día a día, a veces tedioso, otras divertido. La subida de ayer al Tourmalet representa las complicaciones cotidianas. Las bajadas, las alegrías, cada vez menos. El ciclismo es duro. Quizá, el deporte profesional más exigente. Y en esa serpiente multicolor cabe de todo, como en la vida, desde tramposos, los menos, dopados hasta las trancas; hasta la gente corriente, como usted o como yo, que con dos platos diarios de pasta, buenos masajes y algunos complementos vitamínicos desafían a la carretera y al sol gabacho. Luego está la elite. Los superclase. Y en este Tour hay dos. Uno, compatriota nuestro, se llama Alberto Contador. El otro, el luxemburgués Andy Schleck. Son amigos cuando descabalgan de la bici y los máximos rivales cuando las pulsaciones suben y la fatiga llega. Al menos, eran amigos hasta el lunes. Porque hace dos días sucedió algo que muchos tratan de elevar a la categoría de extraordinario pero que no deja de ser habitual en el mundo del deporte. En pleno ataque pirenaico de Schleck, con Contador a su rueda, el luxemburgués fue a cambiar de piñón con tan mala suerte que se le salió la cadena. Eso que sólo le ocurre a los niños de cinco años justo el día que estrenan pantalón largo, también le sucedió al ciclista en una máquina valorada en más de 6.000 euros. El muchacho se convirtió en un manojo de nervios y no atinó a ponerla de nuevo, por lo que decidió cambiar de montura, con la consiguiente pérdida de tiempo. Las rampas del puerto de Bales fueron el trampolín perfecto para Contador. El de Pinto ya le había perdonado la vida a Schleck en una etapa de pavés, a comienzos de Tour. Entonces, una caída dejó cortado a Andy, y el pelotón, con Contador a la cabeza, esperó. Llámenle la suerte del campeón o la memoria, sutil pero acertada, lo cierto es que el madrileño siguió con su esfuerzo. Quizá recordó que un día después de aquel armisticio, Schleck no fue tan dadivoso. También hubo caída, pero ni él ni Cancellara esperaron. Los dos, como búfalos, enfilaron camino a meta. Y de esa ventaja nació su amarillo. Contador, esta vez, tiró de la cadena. Se la jugó en la bajada y se enfundó el jersey de líder. Ayer, un día después, tras consultar a sus asesores, Contador dijo que, de haberlo sabido, le hubiera esperado. Los pinchazos, las caídas y las averías son parte del ciclismo. Como las enfermedades, los hijos o las hipotecas forman parte de la vida. En la condición humana está esperar o seguir. Romperte los radios de tu propia bici o, simplemente, tirar de la cadena.