Felizmente, hay cosas que no han cambiado y vuelven siempre al llegar sus fechas, por ejemplo el Tourmalet. A mediados de los años 50 del siglo XX no había internet, ni siquiera televisión, pero cerca de mi casa se podía seguir casi en tiempo real lo que ocurría en el Tourmalet en las grandes pizarras de un escaparate, donde se anotaba el orden de llegada a la cima transmitido por teléfono. Así sabíamos cómo iba en la clasificación de la Montaña el Águila de Toledo, Federico Martín Bahamontes. Creo que nunca me ha vuelto a emocionar tanto una meta como lo que aquella mano escribía con tiza, lo cual quiere decir que la intensidad de la emoción no viene de la nitidez y cercanía de unas imágenes, sino de la capacidad de la imaginación para salvar distancias. Felizmente, digo, el Tourmalet sigue donde estaba, y gracias a eso puede uno desandar más de medio siglo sintiéndose en el sitio.