Hace escasamente una semana nos llegaba el décimo informe de Greenpeace sobre la catástrofe medioambiental en las costas turísticas españolas, en las que diariamente se destruyen casi ocho hectáreas de litoral, la base insustituible de nuestro turismo de media y alta rentabilidad.

Entonces me acordé de aquel alto dignatario. Estábamos reunidos en un lugar muy especial: Ljubljanski Grad es el castillo medieval que domina la capital de Eslovenia, Ljubliana. Es una ciudad amable y civilizada. En muchos aspectos sigue siendo una ciudad habsbúrgica. Campanarios y cúpulas de hermosas iglesias católicas, palacios con la severidad justa y casas renacentistas a ambos lados del río. Un rincón de la geografía europea bien preservado. Históricamente fue un cruce de caminos entre el mundo germánico, el eslavo y el latino. Lugar perfecto para reunirse a hablar del paisaje, tanto el cultural como el natural, como uno de los grandes patrimonios de la cultura y la civilización europea.

Entre el 10 y el 13 de mayo de 2006 el Consejo de Europa había organizado la cuarta reunión técnica para la puesta en marcha de la Convención Europea del Paisaje. Los españoles nos alegramos al detectar la presencia de un alto dignatario de un gobierno autonómico de nuestro país, el balear, con mucho que decir en el ámbito del turismo y su principal activo, el paisaje. Según la lista de asistentes, nuestro alto dignatario era don Jaime Massot Sureda, director General de Ordenación del Territorio del Gobierno de las Islas Baleares. La verdad es que las sucesivas administraciones del Estado español en el pasado no se habían preocupado mucho por el calibre de la representación española en las reuniones técnicas de la Convención Europea del Paisaje. Con la excepción de los años de la ministra Cristina Narbona, teníamos la impresión desde hacía tiempo de que allí se iba a cubrir el expediente en algo que en el fondo no se tomaban muy en serio ni en Madrid ni en los reinos autonómicos.

Las intervenciones del alto dignatario insular pasaron bastante desapercibidas. Pero era una buena señal que él estuviese allí, enviado por su entonces presidente, el señor Jaume Matas. En más de una ocasión habíamos intentado defender a España en los momentos en los que arreciaban las críticas contra nuestro país, por la aparentemente impune destrucción de nuestros recursos naturales y medioambientales. Tantas veces jalonada por una corrupción galopante al servicio de intereses siempre opacos.

Poco tiempo duró nuestra satisfacción por la presencia del señor Massot Sureda. Unos meses después me topé en el telediario con la escena de la detención por la policía de tan alto dignatario, al que se le acusaba de graves y presuntos delitos contra la ordenación del territorio bajo su administración. Según mis informes, nuestro alto dignatario fue condenado. En sentencia del 23 de mayo de 2008, casi dos años justos después de aquel encuentro en el castillo de Ljubljana, la Audiencia Provincial de Baleares condenaba al alto dignatario a penas de prisión y de inhabilitación para cargo público, como «autor directo de un delito de prevaricación administrativa y como cooperador necesario de un delito contra la ordenación del territorio, ya definidos, no concurriendo circunstancias modificativas de la responsabilidad criminal, a las penas de dos años de prisión, etc».

«¡Traed madera!» gritaban en la delirante película de Los Hermanos Marx en el Oeste. En aquel tren al que le iban quitando toda la madera para alimentar la locomotora. Al final no quedó ni una astilla. Tan sólo un esqueleto. Y el tren se paró.