Trinidad Jiménez ha comenzado, me parece, con pasos polémicos su andadura como jefa de la poliédrica diplomacia española. Que la ministra de Exteriores, que ha sustituido al diplomático–de–toda–la–vida Miguel Ángel Moratinos, se estrenase acompañando a su jefe, Zapatero, en un viaje a Afganistán precisamente el mismo día en el que llegaba a España el jefe del Estado con más seguidores del mundo, Benedicto XVI, no ha dejado de causar extrañeza, dicen, en más de una cancillería. Claro que la propia fecha elegida por el jefe del Gobierno español para marchar a Kabul y Qala–i–Now no deja de parecer algo inoportuna: ¿de veras no había otro fin de semana para realizar un viaje que para nada requería, precisamente ahora, la presencia del mandatario español y de sus dos más importantes ministras?

Me encuentro entre quienes piensan que la larga etapa de Moratinos al frente del Ministerio de Exteriores tuvo bastantes más aspectos positivos que negativos, por más que la escasa pericia verbal del ministro y algunos deslices en su oratoria hicieran de él un blanco fácil para quienes se empeñan en denigrar el papel internacional de España. Pero Moratinos era, lo he comprobado varias veces, acogido como un colega entre los profesionales de la carrera, muchos de ellos, naturalmente, llegados a sus cargos ministeriales tras una ejecutoria diplomática en la que coincidieron más de una vez con el titular español de la cartera. Y eso constituía ya una ventaja de partida.

En el caso de Trinidad Jiménez la situación no es exactamente la misma, si bien conoce suficientemente a los cancilleres y jefes de Estado de América Latina por su paso por la Secretaría de Estado para Iberoamérica. Allí tuvo ocasión de enemistarse con quien hasta ahora era el número dos de Exteriores, recientemente nombrado por Moratinos, Juan Pablo de Laiglesia, a quien destituyó de manera fulminante la semana pasada, enviándole a la embajada en la ONU. Un paso polémico, como polémico fue el relevo del ex embajador en Indonesia y Venezuela, Damaso de Lario, de su cargo en la dirección de comunicación exterior (antes, Oficina de Información Diplomática) para, en su lugar, colocar, por primera vez en cuarenta años, a alguien no perteneciente al cuerpo diplomático. Y como polémica fue la escasa defensa a los periodistas españoles patente en su respuesta a su colega marroquí cuando este lanzó un inaudito ataque contra ellos.

Pienso que Iberoamérica volverá a ser la dedicación fundamental de la ministra, que tiene horas de vuelo: estuvo casada con un diplomático e intentó acceder a las oposiciones a la carrera, pero cuyo bautizo internacional llegó cuando Felipe González la nombró secretaria de Relaciones Internacionales del PSOE. De hecho, su estreno, tras el me parece que poco afortunado viaje a Afganistán (Moratinos, católico practicante, sin duda hubiera permanecido en España para recibir al Papa), es el viaje que esta semana realiza a dos países bolivarianos, Bolivia y Ecuador, con los que, en estos momentos, no parecen existir aspectos conflictivos en las relaciones con Madrid, aunque sí los haya, me parece que más artificiales que reales, con Venezuela. ¿No hubiera sido acaso más oportuno, tomando el toro por los cuernos, comenzar el periplo en Caracas, precisamente cuando el embajador saliente en Madrid acaba de denunciar haber sido víctima de una creo que inexistente agresión policial en el aeropuerto de Barajas? Todo llegará, dicen los portavoces: habrá próximo viaje a Venezuela...

Pero el abanico de la diplomacia española no puede agotarse en Iberoamérica, por muy importantes que las naciones hermanas, que dentro de tres semanas vuelven a reunirse en una cumbre en Buenos Aires, sean para los intereses de nuestro país. Ahí está el frustrado viaje de Obama a España, una fotografía que Zapatero necesitaría con urgencia (se la hará, pero en Lisboa). Y los conflictos continuos con Marruecos, que no son herencia recibida de Moratinos, sino una constante pesadilla para todos los gobiernos españoles. Y el siempre espinoso tema de Gibraltar, y la escasa presencia en los países emergentes de Extremo Oriente, y la pérdida de influencia que inevitablemente llegará en Oriente Medio tras la salida del «especialista» Moratinos... Y, por supuesto, Europa, gran capataz de la economía española, donde, indudablemente, nuestro país ha perdido algo de voz y algo de peso.

¿Es Trinidad Jiménez la persona idónea para incrementar esa voz y ese peso, para potenciar la presencia española en China, India, Corea...?¿Para hacerse oír en Washington? Confiemos que la respuesta acabe siendo «sí». Fue una buena ministra de Sanidad. Y una contendiente en las primarias de Madrid demasiado sumisa a la voz del mando, es decir, la de Rubalcaba. Quizá tanta disciplina haya merecido el premio gordo, nada menos que Exteriores, la cartera con la que ella siempre soñó. No contribuiré al espectáculo de quienes tratan siempre de despreciar la presencia internacional de España uniéndome a quienes tiran piedras a quienes nos representan en la política exterior. Pero me parece que ha habido un poco de improvisación –todos los segundos escalones del Ministerio acababan de ser remodelados por un Moratinos a quien se le prometió seguir hasta el final de la Legislatura– y un poco de amiguismo–favoritismo en la solución dada a este fundamental Ministerio. Ojalá, lo digo por el bien de todos, que la por otra parte siempre amable Trini acierte en su labor.