Luciano González Osorio lleva al Ateneo en el corazón. No es extraño. Durante muchos años él ha sido el corazón del Ateneo. Es verdad que el presidente era su amigo Antonio Morales, que ambos formaban un cómplice tándem al frente de la institución que consiguieron rejuvenecer y modernizar con su talante abierto y plural, con las ideas plasmadas en colecciones de libros, en extensiones de la institución por la provincia y en la mejora de la actual y espléndida sede. Los dos, junto con algunos nombres más como el de la querida e inolvidable América Lasanta, fueron los rostros visibles de la modernización del Ateneo. Pero el ejecutor de ese proyecto, el maquinista cuyo tiempo iba sin casi aliento de los fogones a las empresas públicas y privadas, de los compañeros de la junta administrativa a los profesionales a los que quería brindarle una participación en el Ateneo, fue la mayoría de las veces este hombre inquieto, educado, paciente, algo cabezota a veces, inmune a las adversidades y generoso siempre; aunque en esas lides se llevase más de un zarpazo inesperado, alguna que otra conjura. Estas cualidades ya las conocían los ateneístas de los difíciles comienzos de este centro liberal, independiente y cultural en el que han dejado su huella numerosos artistas y personalidades de la sociedad malagueña y aquellos que fueron invitados a formar parte del proyecto que recientemente cumplió cuarenta años. Largo tiempo que mereció la Medalla de Oro de la ciudad, igual que en su día fue premiado por la Junta de Andalucía. Cuarenta años es un número redondo y también la suma de esos nombres que, uno a uno y codo a codo con otros vocales y estrechos colaboradores, contribuyeron a que el Ateneo sea un ágora de pensamiento; un escaparate del arte maestro y también joven; un lugar en el que la amistad tiene una barra de copas y de charla. Todo esto lo conoce bien Luciano González, desde su época de periodista al frente de sus Buenos días Málaga y de los años en los que fue responsable de prensa del ayuntamiento regido por Pedro Aparicio. Una labor que ejerció sin ser un comisario político ni un abducido jefe de prensa con discurso fuera de horas y de la que se jubiló con alguna que otra cicatriz y esa amargura que producen los finales de etapa mal gestionados por los que deciden el relevo con poca elegancia y reconocimiento.

Este pasado viernes, Luciano González, el periodista que nunca se jubilará de serlo y el ateneísta pionero que preside la Federación de Ateneos de Andalucía, tuvo otro final de etapa. La de sus once años dirigiendo una revista monográfica que ha intentando tomar el pulso a las Letras, a la Historia y a las Artes, rindiendo homenajes a Rafael Pérez Estrada, a Manuel Alcántara, a la Generación del 27, a Picasso y su Museo, a José Hernández, a los cincuenta años del Teatro Romano, a la Memoria Histórica, a la existencia de la propia institución y en este último número, el once, a las nuevas tecnologías. Cada uno de estos números lleva el tiempo de sueño, el tiempo de teléfono y el tiempo de a pie de Luciano González. Cada número lleva su ilusión, sus interrogantes, sus consultas, acuerdos y discusiones constructivas con sus colaboradores más estrechos y con sus amigos más implicados en el proyecto. Cada número le debe a él la implicación de brillantes portadas y artículos que trabajaron reconocidos profesionales sin otra contra prestación que el agradecimiento del hombre, del caballero, del amigo, al que nadie le decía que no. Ni siquiera los que, desde el otro lado de una mesa, acostumbran a negociar subvenciones con mano dura o intervencionista. A todos los convenció el empuje, la ilusión y la sencillez humana de Luciano González. Él acepta el relevo, qué remedio, dejando el número once como un impreso parque tecnológico y con otros números proyectados en su vieja cartera. Su familia agradecerá tenerlo más cerca y pensará que se ha ganado un descanso y una liberación de problemas. Pero no será así. Sus amigos sabemos que, bien al frente de la Federación de Ateneos o implicado como ciudadano cultural, afortunadamente nos queda Luciano González para rato.